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Declaración pública del Rector UCSC

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Declaración pública
del Rector de la Universidad Católica de la Santísima Concepción
Christian Schmitz Vaccaro

La situación actual que vivimos como chilenos nos estremece, nos remece. Ella nos ha permitido tomar conciencia de muchos malestares, sufrimientos, injusticias y desigualdades que, día a día, afectan a miles de nuestros compatriotas. El país estaba creciendo económicamente pero, al mismo tiempo, marginaba a importantes sectores de la población; estábamos tomando un rumbo en que se justifica la riqueza material desbordante, abusos de importantes autoridades y líderes, mientras somos testigos de una continua degradación moral y humana en la convivencia social. Comúnmente ya nos llamaba la atención la agresividad y violencia en el trato cotidiano, sea en las relaciones presenciales o a través de las redes virtuales. Hoy, esa misma rabia se ha volcado abiertamente a las calles, afectando la integridad física y psíquica de muchos ciudadanos, e impactando por la destrucción material. Por su parte, las fuerzas de orden y seguridad han respondido y reprimido en forma desproporcionada, generando una contra-violencia que no conduce a calmar la situación del país.

Hoy debemos asumir en conjunto, con sentido colaborativo, el camino de un cambio profundo para recomponer las confianzas y construir una sociedad más equitativa para todos. Pero sólo podemos avanzar por este camino, si resguardamos y cuidamos el sistema democrático y sus instituciones, pese a sus imperfecciones actuales. Tenemos una democracia que ya nos parece obvia y natural, pero ello no significa que sea estable y permanente. Por el contrario, la democracia es un sistema frágil, sobre todo en tiempos como los actuales. En efecto, la violencia irracional y masiva está afectando la estabilidad política, social y económica del país. Esa violencia desatada por minorías que se dicen representar al pueblo, está precisamente vulnerándolo; pequeños comerciantes y empresarios están cayendo en quiebra o temen por su existencia; trabajadores están siendo violentados y están perdiendo su fuente de empleo; actos vandálicos carentes de sentido destruyen las instalaciones y bienes comunes; todos estamos sufriendo dificultades en los desplazamientos entre nuestros lugares de trabajo y hogares, y se reconoce un impacto negativo en lo sicológico, causando temores, incertidumbres y estrés en la vida diaria.

Por otro lado, el control del orden público debe necesariamente ser ejercido con criterio y racionalidad. No puede admitirse el uso indiscriminado de violencia opresiva para controlar la situación en las calles. No podemos justificar una contra-violencia policial, simplemente basada en excesos de manifestantes, generalmente pacíficos. No podemos permitir lesiones y vulneraciones a la integridad física y psíquica de ciudadanos pacíficos que no están inmiscuidos en actos delictuales.

No podemos aprobar que la aplicación de instrumentos antidisturbios haya dejado a miles de heridos, -entre ellos tres estudiantes de nuestra Casa de Estudios-, y cerca de 200 personas con graves daños oculares. Y tampoco podemos tolerar violaciones a los derechos humanos más básicos, como si viviéramos en un estado de hecho. Son estos actos, los que claramente debilitan nuestra democracia y la paz social.

Estos momentos requieren, por tanto, de todo nuestro compromiso y colaboración. En ese sentido hacemos un llamado amplio a:

  1. Respetar, cuidar y resguardar clara y decididamente nuestra democracia y su institucionalidad. Es fácil perderla y difícil recuperarla. Ello implica utilizar y aprovechar todos y cada uno de los derechos ymecanismos democráticos para hacer valer los intereses sociales y el bien común. También implica el rechazo claro a las invitaciones de derrocar gobiernos democráticamente elegidos, o crear mecanismos o artilugios no existentes en nuestro ordenamiento jurídico. Implica mejorar nuestros mecanismos democráticos, a través de las vías jurídicas, a fin de lograr la incorporación de formas de participación ciudadana.
  2. Rechazar todo tipo de violencia, sea física o psíquica, sea presencial o a través de las redes virtuales; provenga de manifestantes o de las fuerzas de seguridad. La violencia no se combate con más violencia: ello inevitablemente conduce al escalamiento de la misma. La violencia pone en peligro nuestro futuro como país, dificulta el diálogo, la reconciliación y la unidad. La experiencia nos debería haber enseñado que un pueblo violentado requerirá años o generaciones para sanar sus heridas.
  3. Dejar de lado ideologías que incitan a la división del pueblo chileno, al extremismo, odio o la violencia. En estos tiempos, no requerimos polarización sino que unidad y calma para trabajar en conjunto por un mejor país. Por consiguiente, rechazamos toda manifestación de oportunismo ideológico o aprovechamiento de la situación actual para fines particulares que no atienden al bien común. Vemos críticamente algunas tendencias políticas partidistas que tratan, en estos tiempos tan sensibles, de obtener crédito popular, dividiendo más que uniendo a los chilenos.
  4. Recuperar y abrir espacios de diálogo pacíficos y respetuosos, ojalá presenciales. Tenemos que volver a aprender a dialogar, a mirarnos a los ojos, a escuchar al otro, a razonar y luego a proponer para construir en conjunto. El diálogo significa hacer esfuerzos por el otro, respetar las opiniones diferentes a la nuestra, renunciar a parte de nuestras pretensiones y manejar expectativas. Es así como nuestras conversaciones tendrán resultados enriquecedores, mejorando el trato entre nosotros, construyendo democracia y fortaleciendo la convivencia nacional. Como señala el Papa Francisco: “El mundo iría mejor si mejorara la voluntad de dialogar. Conversando se entiende la gente.”
  5. Tomar conciencia de la necesidad de cultivar valores cívicos y morales, que por lo demás, son también los valores católicos: respeto, tolerancia, solidaridad, empatía, equidad, compasión, bondad y humanidad. Hoy más que nunca es el momento enfatizar en la importancia de los valores y su puesta en práctica a la hora de relacionarnos en familia, con los amigos, en el trabajo o en la calle, incluso con aquellos que no conocemos. La actual, también es una crisis ética y moral basada en que hemos seguido patrones e ideales vacíos, fundados en un materialismo y consumismo ilimitado, olvidando al prójimo y a la persona humana. Por ello, cuando nos relacionemos con los demás y cuando pensemos en el futuro de nuestro país, pongamos en el centro el respeto irrestricto a la dignidad de la persona humana.
  6. Ejercitar la conciencia social. Las movilizaciones nos apelan a todos como co-creadores de un país que necesita de manera urgente poner atención en los sectores más desposeídos. El carácter multidimensional de los problemas sociales requiere de miradas colaborativas, desde todos los sectores. Para las Universidades, esta es una valiosa oportunidad de contribuir con humildad con nuestro país. Una de las primeras tareas es reducir la brecha informacional entre los tomadores de decisión y el ciudadano común. Tenemos que asumir muy en serio la tarea de explicar, instruir y culturizar a las comunidades. En este sentido, losespacios de reflexión y diálogo, que reúnen a la comunidad universitaria son una instancia de participación muy importante. Las transformaciones necesarias, requieren ser decididas a través de diálogos informados con la participación de ciudadanos responsables. Así contribuimos a legitimar las decisiones en las urnas y fortalecer nuestra democracia.
  7. Ejercitar el derecho de expresión y la libertad de opinión en forma racional y responsable. Especialmente en estos tiempos de crisis, las redes sociales -por su inmediatez y sobreabundancia de manifestaciones-, son fuentes no solo de información, sino también de distorsión, desinformación, simplificaciones y de noticias falsas. La ironía que apreciamos en comentarios y declaraciones, tampoco es un aporte. En suma, muchas veces no enriquecen, sino que más bien empobrecen el debate y la búsqueda de soluciones verdaderas. No caigamos en las trampas populistas ni en las extremistas, que promueven soluciones simples y equivocadas para problemas complejos. Nuestra democracia es demasiada valiosa para jugar con ella.

Las demandas sociales buscan superar lo que nos ha dividido por años: inequidad, injusticia, crisis valórica y pérdida de confianza. Esto refleja cómo hemos dejado olvidado el respeto y el amor por el otro en una crisis espiritual que también nos ha alejado de la fuente del amor: Dios. Esta crisis es el momento para transformar positivamente los desafíos actuales en oportunidades, para practicar la tan necesaria coherencia entre las palabras y la vida, y es también el momento de fortalecer nuestra fe y confianza en Dios. De su mano, no olvidaremos al prójimo en nuestras decisiones y nuestra acción, en el camino hacia una sociedad más humana, justa y equitativa.

 

Concepción, 13 de noviembre de 2019.