Cada 18 de junio se conmemora el Día del Orgullo Autista, fecha que nos invita a informarnos y a reflexionar acerca de esta realidad cada vez más frecuente. Y es que la visión que tenemos acerca de las personas que presentan esta condición ha ido cambiando. Años atrás era visto desde un enfoque más tradicional, donde existían quienes padecían un trastorno que debía tratarse o “curarse”. El abordaje actual cambió, ya que se han incorporado distintas manifestaciones bajo una misma denominación: Trastorno del Espectro Autista (TEA).
Hoy comprendemos que el presentar este diagnóstico no es un predictor de éxito o fracaso, sino que depende del contexto en que esa persona de desenvuelva. Lo que es un obstaculizador de nuestro desarrollo en cierto momento de la vida, puede ser un gran facilitador en otro. El que un niño tenga ideas obsesivas puede ser molesto para quienes conviven con él todos los días, sin embargo, a futuro este rasgo puede hacerlo destacar en un entorno laboral determinado.
Lo anterior, ha permitido comprender que esta condición no limita las relaciones interpersonales, muy por el contrario, ya que se logran establecer vínculos afectivos, sociales y laborales, pues tener un funcionamiento diferente a lo “normal” (neurodivergencia) también puede ser visto como una oportunidad de aprendizaje para las personas que funcionan de forma neurotípica (entendido como lo esperable).
Si bien como sociedad avanzamos día a día aún hay muchos aspectos a mejorar, pero al menos se visualiza mayor disposición a derribar creencias que limitan nuestra interacción como seres humanos.
¿Por qué las personas deben sentirse “orgullosas” de vivir con esta condición? Como individuos poseemos particularidades que, si bien en algún contexto o edad determinada parecen desventajas, claramente en otras situaciones es el factor diferenciador que tanto buscamos hoy en día.
Sin duda, esta es la mejor explicación para entender el concepto de neurodiversidad tan repetido actualmente, ya que nuestras realidades al ser individuales no son comparables, así como tampoco el cómo procesamos las experiencias vividas y la forma de enfrentarlas.
Debemos ser capaces de trazar metas comunes para que nuestras diferencias cobren real significado y valor, poniendo al servicio de la tarea, habilidades y capacidades individuales. Desde esa vereda, la invitación es a sentirnos orgullosos de las diferencias que nos hacen insustituibles.