Al mirar la pintura de Marcel Duchamp “Desnudo descendiendo una escalera, Nº2” y al escudriñar la explicación del cuadro (ya que es difícil a simple vista dilucidar lo que nos quiere decir el artista), se rescata en el lienzo el anhelo de bosquejar y pintar desde todos los puntos de vista posible (espacial y temporal), un cuerpo femenino descendiendo por una escalera, muy probablemente esto inspirado en el libro del fotógrafo Muybrigde, Animal Locomotion, de 1887.
Es una especie de Aleph Borgiano, un anhelo de totalidad, el retrato final, ya que pretende plasmar en una imagen la fuerza del movimiento y el paso del tiempo de una serie de fotografías. Una quimera, una locura como fue catalogada en su tiempo (hasta cubistas y futuristas concordaban en esto). Se me viene a la memoria que esto exactamente representa, sin lugar a dudas, una “espacio de fase”, construcción matemática que representa “todos los estados posibles de un sistema”. Corresponde a un sistema de partículas en el que se puede describir un fenómeno en su totalidad.
Más allá del tecnicismo, la esencia de lo que buscan estas dos formas de expresión de la creatividad humana es el representar la realidad como un todo, accesible a través de lo sensorial en Duchamp o lo racional en el “espacio de fase”. Este traspasar barreras entre un orden y otro se puede resumir en el concepto de “Metábasis”, término Aristotélico que señala la “transgresión de los límites de una disciplina”. Todo esto con un fin: nutrir de nuevos aires los anquilosados sistemas de pensamiento, “ver con nuevos ojos” la naturaleza de las cosas.
También en la literatura de principios del siglo XX, a través de la técnica del “permanente fluir de la conciencia”, se busca la unidad en la fragmentación. Es este “perspectivismo” donde, como indica Ortega y Gasset: “La verdad, lo real, el universo, la vida -como queráis llamarlo- se quiebra en facetas innumerables, en vertientes sin cuento, cada una de las cuales da hacia un individuo. Si éste ha sabido ser fiel a su punto de vista, si ha resistido a la eterna seducción de cambiar su retina por otra imaginaria, lo que ve será un aspecto real del mundo”. (José Ortega y Gasset, El Espectador, Obras Completas, vol. II, Alianza Editorial).
Existe un resabio de Romanticismo, una nostalgia de totalidad e infinito. Por lo tanto, arte, ciencia y literatura bajo este esquema serían contenidos en el “permanente fluir” de la totalidad aunada bajo la symploké (simpatía) de sus formas.
La metábasis tiene algo de transdisciplina, una extensión fuera de la serie la cual trae creatividad y nuevas ideas. Se transforma en una herramienta, lanzadera y fuente de nutrición entre las ciencias, el arte y la literatura. Debemos buscar las isoformas entre sistemas, indagar organizaciones de diferente naturaleza que “guarden semejanzas y
correspondencias formales entre sus componentes”, y donde se pueden extraer principios generales en su funcionamiento al tener las mismas propiedades.
En resumen, debemos echar a andar nuestra imaginación, romper viejos paradigmas, traspasar inertes disciplinas y volver. Como nos dice el filósofo y matemático Edmund Husserl “a las cosas mismas” para la “metábasis” del mundo.