El pasado 24 de octubre, el Papa Francisco nos ha dado a conocer su cuarta encíclica, llamada Delixit Nos (Él nos amó), sobre el corazón humano y divino de Cristo. Podría parecer un simple tema de piedad, al referirse a la espiritualidad del Sagrado Corazón, pero es mucho más que eso. En este mundo lleno de incertidumbres y violencias, necesitamos volver al corazón para vivir más plenos y cambiar al mundo.
El corazón no es solo el órgano corporal, ni siquiera solo la sede de nuestros sentimientos; es el centro más íntimo de la persona, el núcleo donde se fraguan las decisiones más importantes, el lugar donde está la raíz de todas nuestras potencias, convicciones y pasiones. Si en el corazón reina el amor, una persona está más plena y obra mejor. Si el corazón está mal, consumido por la vanidad, la autorreferencia o la desesperanza, esa persona vive más desintegrada y hace más daño a los demás. Por eso es tan importante que el ser humano haga de su corazón, habitado y sanado por la gracia de Dios, un principio interior que genere armonía en su ser y en su obrar.
Cuando hablamos del corazón de Jesús no nos referimos a un órgano separado de su persona; es una forma de mirar a Jesús entero, el Hijo de Dios hecho hombre, desde su centro personal, desde el núcleo más hondo de su ser y de su actuar. ¿Y qué encontramos en ese Corazón? Que Él nos ama, nos ofrece su amistad y constantemente nos busca para ofrecernos su perdón y su salvación. Él nos dice siempre: “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10). Por eso el Papa nos dice en su encíclica: “Ese mismo Jesús hoy espera que le des la posibilidad de iluminar tu existencia, de levantarte, de llenarte con su fuerza” (n° 38).
Ahora bien, el encuentro con el amor de Cristo nunca es para guardárselo para sí mismo, sino para salir al encuentro de los demás y edificar un mundo más humano. Nuestro corazón, unido al de Cristo, tiene una importante misión social, y debemos ser conscientes de que los desequilibrios del mundo, que hoy se manifiestan en terribles guerras y en tantos atropellos a la dignidad humana, están conectados con ese otro desequilibrio fundamental que hunde sus raíces en el corazón humano. Por eso este mundo necesita volver al corazón, para buscar, bajo la mirada de Dios, una vida más digna para todos. El Papa lo dice de manera muy profunda: “Ante el Corazón de Cristo, pido al Señor que una vez más tenga compasión de esta tierra herida, que él quiso habitar como uno de nosotros. Que derrame los tesoros de su luz y de su amor, para que nuestro mundo, que sobrevive entre las guerras, los desequilibrios socioeconómicos, el consumismo y el uso antihumano de la tecnología, pueda recuperar lo más importante y necesario: el corazón” (n° 31).
Esta nueva encíclica de Francisco no es solo un documento para guardar en nuestros archivos, sino un llamado urgente a contemplar y acudir al Corazón de Cristo: a que bebamos de su amor, a que nos dejemos sanar por Él y nos volvamos capaces de tejer lazos fraternos, de reconocer la dignidad de cada ser humano y de cuidar juntos la casa común. En esto se juega una auténtica devoción al corazón de Jesús.