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Homilía Misa de Apertura Jubileo 2025 en la Arquidiócesis de Concepción

Por Monseñor Sergio Pérez de Arce
Imagen de portada

Celebramos un Año santo ordinario cada 25 años. Cada uno de nosotros podría contar cuántos años santos ha vivido. Si ha vivido más de tres, es que ya pasó los 75 años. Y también podríamos hacer una estimación de si vamos a vivir o no otro Jubileo ordinario en nuestra vida.

 

  1. Este cálculo de los años nos ayuda a comprender que estamos iniciando hoy un acontecimiento excepcional, porque no es frecuente. Es cierto que a veces hay Jubileos extraordinarios, como el Año de la Misericordia que vivimos recientemente en el 2016, pero un Año Santo es algo excepcional, por eso tenemos que vivirlo como una oportunidad y un regalo.

El Año Santo es un tiempo de gracia y salvación, porque nos pone en contacto de modo especial con el perdón y la bondad que brotan del acontecimiento redentor de Cristo. Nos invita a entrar en una comunión más plena con Jesucristo, puerta de salvación.

Participamos de este tiempo de gracia a través de una práctica religiosa auténtica y perseverante: celebrando la eucaristía, el sacramento del perdón, peregrinaciones, adoraciones y otros actos de piedad. Y lo hacemos también a través de actos de caridad y de compromiso solidario, viviendo las consecuencias de nuestra fe en las circunstancias de cada día.

 

  1. El Papa Francisco nos ha invitado a poner en el centro de este Año Santo la virtud de la esperanza, a reavivar la esperanza.

Estamos en Navidad, que nos recuerda y nos permite celebrar el gran motivo de nuestra esperanza: que Dios ha entrado en nuestra vida y en nuestra historia, y ya no estamos solos. En el sufrimiento, en las dificultades de cada día, ante el mismo misterio de nuestra existencia, no tenemos por qué quedarnos perdidos en nuestra soledad. Dios ha vivido esos sufrimientos, esas dificultades, ha experimentado el misterio de la existencia humana. No estamos solos, porque “la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros”. Por eso podemos vivir con esperanza, aprendiendo del Señor el camino del amor.

 

Dios está con nosotros y, además, nos espera como plenitud de vida, plenitud para cada uno y para toda la humanidad. Lo dice hermosamente la carta de San Juan, que hemos leído como segunda lectura:

 “Queridos hermanos: ¡Miren cómo nos amó el Padre! Quiso que nos llamáramos hijos de Dios, y nosotros lo somos realmente”.

“Queridos míos, desde ahora somos hijos de Dios, y lo que seremos no se ha manifestado todavía… Cuando se manifieste, seremos semejantes a Él, porque lo veremos tal cual es”

 

  1. Ahora bien, sabemos que la esperanza nos compromete a ofrecer signos de esperanza, luchando contra el mal y a favor del bien común.

Hoy que celebramos a la sagrada familia, podemos mirar el mundo desde los sufrimientos y aspiraciones de la familia:

  • Contemplamos a las miles de familias que sufren por la guerra, las violencias y crisis sociales. Lloramos en especial por los niños que ven truncados su futuro o retrasado su desarrollo por la guerra y la pobreza.
  • Contemplamos a las familias que sufren crisis grandes de convivencia, donde cuesta vivir el amor, el perdón y el apoyo mutuo.
  • A las familias migrantes que han tenido que dejas sus tierras buscando un porvenir mejor, y que a menudo no lo encuentran porque se cierran les cierran las puertas; y a las mismas familias que por el movimiento migratorio ya no pueden permanecer juntas.
  • Contemplamos también la dificultad de las nuevas generaciones para abrirse a la vida y formar una familia, con la consiguiente baja tasa de natalidad de nuestras sociedades.

En fin, en esta sociedad concreta, con estas y otras muchas realidades, tenemos que sembrar semillas de esperanza, saliendo al encuentro del hermano que sufre y ayudando a edificar un mundo más fraterno y justo. Cada uno puede hacer más por su propia familia y todos podemos hacer más por la familia humana.

 

Invito a las parroquias y a toda comunidad eclesial, a realizar durante el Año Santo acciones y proyectos que sean signo de esperanza: nuevos proyectos o fortalecer acciones que ya estamos haciendo. Que ninguno de nosotros quede ajeno a este desafío.

En la Misa de la Nochebuena, el papa invitaba a no quedarnos en la indolencia o la pereza, a no acomodarnos en nuestro propio bienestar, sino anticipar hoy la promesa del Reino de Dios a través de la responsabilidad y la compasión con nuestro mundo. Seamos peregrinos y testigos de la esperanza.

 

  1. Quiero reiterar, hermanos, que la esperanza nace del amor y del perdón de Dios; por eso es importante reencontrarnos este año con su misericordia. En este afán, dos acciones centrales nos pueden ayudar:
  • La peregrinación. Hagamos una peregrinación, o más de una, a un templo jubilar. Somos caminantes. Y llegados al templo, celebremos la eucaristía, vivamos el sacramento del perdón, encontrémonos con Jesús, puerta de salvación.
  • Acoger la indulgencia de Dios en las indulgencias que nos ofrece Cristo por mediación de la Iglesia. La pena temporal del pecado, la huella que deja el pecado en nosotros, aunque el pecado sea perdonado, nos llama a hacer un camino de purificación para una más plena comunión con Dios. La mejor purificación siempre es el amor, practicar la misericordia con los demás. Pero las indulgencias también nos ayudan, y las podemos obtener peregrinando, por medio de un acto de piedad, un momento de oración u otra práctica de nuestra fe en el contexto del Año Jubilar. Las podemos aplicar a nosotros o por un fiel difunto. Acojamos, entonces, con gratitud y humildad la misericordia del Señor.

 

  1. Pongamos nuestra vida y la vida de nuestra Iglesia bajo el amparo de la Sagrada Familia de Nazaret. Que por la intercesión de la Virgen maría y de san José, podamos crecer en esperanza junto a Jesús, a quien sea el honor….