Celebramos un Año santo ordinario cada 25 años. Cada uno de nosotros podría contar cuántos años santos ha vivido. Si ha vivido más de tres, es que ya pasó los 75 años. Y también podríamos hacer una estimación de si vamos a vivir o no otro Jubileo ordinario en nuestra vida.
El Año Santo es un tiempo de gracia y salvación, porque nos pone en contacto de modo especial con el perdón y la bondad que brotan del acontecimiento redentor de Cristo. Nos invita a entrar en una comunión más plena con Jesucristo, puerta de salvación.
Participamos de este tiempo de gracia a través de una práctica religiosa auténtica y perseverante: celebrando la eucaristía, el sacramento del perdón, peregrinaciones, adoraciones y otros actos de piedad. Y lo hacemos también a través de actos de caridad y de compromiso solidario, viviendo las consecuencias de nuestra fe en las circunstancias de cada día.
Estamos en Navidad, que nos recuerda y nos permite celebrar el gran motivo de nuestra esperanza: que Dios ha entrado en nuestra vida y en nuestra historia, y ya no estamos solos. En el sufrimiento, en las dificultades de cada día, ante el mismo misterio de nuestra existencia, no tenemos por qué quedarnos perdidos en nuestra soledad. Dios ha vivido esos sufrimientos, esas dificultades, ha experimentado el misterio de la existencia humana. No estamos solos, porque “la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros”. Por eso podemos vivir con esperanza, aprendiendo del Señor el camino del amor.
Dios está con nosotros y, además, nos espera como plenitud de vida, plenitud para cada uno y para toda la humanidad. Lo dice hermosamente la carta de San Juan, que hemos leído como segunda lectura:
“Queridos hermanos: ¡Miren cómo nos amó el Padre! Quiso que nos llamáramos hijos de Dios, y nosotros lo somos realmente”.
“Queridos míos, desde ahora somos hijos de Dios, y lo que seremos no se ha manifestado todavía… Cuando se manifieste, seremos semejantes a Él, porque lo veremos tal cual es”
Hoy que celebramos a la sagrada familia, podemos mirar el mundo desde los sufrimientos y aspiraciones de la familia:
En fin, en esta sociedad concreta, con estas y otras muchas realidades, tenemos que sembrar semillas de esperanza, saliendo al encuentro del hermano que sufre y ayudando a edificar un mundo más fraterno y justo. Cada uno puede hacer más por su propia familia y todos podemos hacer más por la familia humana.
Invito a las parroquias y a toda comunidad eclesial, a realizar durante el Año Santo acciones y proyectos que sean signo de esperanza: nuevos proyectos o fortalecer acciones que ya estamos haciendo. Que ninguno de nosotros quede ajeno a este desafío.
En la Misa de la Nochebuena, el papa invitaba a no quedarnos en la indolencia o la pereza, a no acomodarnos en nuestro propio bienestar, sino anticipar hoy la promesa del Reino de Dios a través de la responsabilidad y la compasión con nuestro mundo. Seamos peregrinos y testigos de la esperanza.