En una sociedad que exalta la juventud, la productividad y la inmediatez, los adultos mayores parecen ocupar un lugar cada vez más invisible. Se les valora menos por lo que son que por lo que “ya no hacen”. Frente a esta lógica, el mensaje del Papa León XIV para la V Jornada Mundial de los Abuelos y Personas Mayores propone una mirada profundamente contracultural: la ancianidad —dice— es “un tiempo de bendición y de gracia”, y los mayores son “primeros testigos de esperanza”.
Esta afirmación no es sólo poética. Es una crítica directa a la cultura del descarte, que mide la dignidad por la eficiencia. El Papa propone otro criterio: el de la comunión. “La vida se comprende —escribe— en la sucesión de las generaciones”, y abrazar a un anciano nos recuerda que “la historia no se agota en el presente”.
Fomentar la fraternidad implica crear espacios donde los mayores sean protagonistas, no espectadores: comunidades intergeneracionales, proyectos educativos y programas culturales donde su experiencia se reconozca como fuente de aprendizaje y esperanza. La amabilidad y la solidaridad se vuelven virtudes sociales cuando la presencia de los ancianos se vive como don y no como carga. El Papa invita a “derribar los muros de la indiferencia” que los aprisionan.
Reafirmando lo propuesto en Dilexi Te, León XIV recuerda que la caridad “no es una virtud moral aislada, sino una expresión concreta de la fe en el Verbo encarnado” (n. 68). La fraternidad auténtica nace de la contemplación de Cristo, que se hace cercano al que sufre. En contraposición a la cultura del descarte, la “revolución de la ternura”, propuesta previamente por el Papa Francisco, invita a aprender a ver al otro no como un cuerpo envejecido que ya “no sirve”, sino como un rostro que refleja la imagen de Dios.
El Papa León XIV propone además redescubrir la ternura como categoría educativa (nn. 51, 72 y 77): enseñar desde la compasión, acompañar desde la esperanza y mirar al estudiante como alguien que merece ser amado. En Dilexi Te, la ternura aparece como un hilo que recorre toda la acción evangelizadora y pedagógica de la Iglesia. El Santo Padre la presenta como un gesto de cercanía concreta, cuando recuerda a las mujeres consagradas que “llevaban medicinas, escucha, presencia y, sobre todo, ternura”, situándola en el corazón mismo del cuidado humano y espiritual.
Más adelante, al evocar la tarea educativa de los santos, subraya que ellos combatieron “el abandono con la ternura de quien educa en nombre de Cristo”. Esta expresión revela que la ternura no es debilidad afectiva, sino una fuerza formativa que transforma el modo de enseñar y de relacionarse con el otro, especialmente con los más frágiles. Así, Dilexi Te ofrece una auténtica pedagogía de la ternura, donde educar significa crear un ambiente en el que el conocimiento florece en el amor, la compasión impulsa la justicia y la esperanza abre caminos de renovación cultural y espiritual.
La soledad de los mayores es uno de los rostros más dolorosos de esta crisis. “Estamos llamados a vivir con ellos una liberación, sobre todo de la soledad y del abandono”, señala el Papa. La Iglesia puede ser signo de esa liberación a través de la “revolución de la gratitud y del cuidado”: visitando, acompañando y orando con ellos. No se trata sólo de asistencia, sino de reconocer en cada anciano el rostro de Cristo.
La academia, por su parte, tiene la responsabilidad de formar profesionales sensibles al cuidado y de generar conocimiento sobre el envejecimiento digno. Educar —recuerda Dilexi Te— “es una de las expresiones más altas de la caridad, porque no se puede enseñar sin amar”. Iglesia y universidad, juntas, pueden mostrar que la soledad no se vence sólo con presencia física, sino con vínculos que dignifican y devuelven sentido.
La revolución de la ternura no es un gesto emocional, sino una forma de mirar y de vivir. Es reconocer que en el rostro de cada anciano se refleja la imagen de Dios y, en ella, el futuro de todos nosotros.