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Renovar la misión educativa: la universidad como espacio de esperanza

Por Javier Espinoza San Juan, académico Facultad de Educación UCSC

La educación universitaria vive un tiempo que invita a la esperanza. La irrupción de la inteligencia artificial generativa como herramienta al servicio del aprendizaje —utilizada por un 81 % de los estudiantes de primer año, según la Encuesta Única de Admisión 2025 de la Universidad de Chile— abre nuevas posibilidades para enseñar y aprender. A ello se suma la expansión sostenida del acceso: en 2025, la matrícula total de educación superior creció un 5 % respecto del año anterior, según el estudio de Acción Educar publicado en julio. También destaca la creciente diversidad del estudiantado, que evidencia trayectorias más flexibles y mayores oportunidades para quienes combinan trabajo y estudio, como refleja la demanda por programas de prosecución y modalidades advance.

En este contexto, las universidades enfrentan el desafío —y la oportunidad— de integrar la innovación digital, fortalecer su compromiso social y renovar su misión educativa. Este momento no se limita a conmemorar un hito: nos impulsa a diseñar nuevos mapas de esperanza, a mirar con atención el corazón del quehacer educativo y a redescubrir su sentido humano y comunitario. En un entorno dominado por indicadores, rankings y métricas, el Papa nos recuerda que la educación tiene rostro, historia y vocación: forma personas, reconstruye vínculos y siembra futuro.

Esta perspectiva resuena especialmente en las universidades, donde cada decisión académica —desde una innovación curricular hasta una política de apoyo estudiantil— expresa una visión del ser humano y de la sociedad que deseamos construir. En continuidad con la tradición cristiana, León XIV retoma la idea de una pedagogía integradora que une ciencia y ética, técnica y sentido, razón y fe, conocimiento y justicia. Esa síntesis resulta esencial en el Chile actual, donde la educación superior busca equilibrar excelencia con inclusión, eficiencia con humanidad.

Educar con sentido implica mantener la calidad sin perder la centralidad de la persona; reconocer que el aprendizaje no se agota en la competencia profesional, sino que apunta a la plenitud humana. Significa preguntarnos para qué y para quién enseñamos, qué tipo de conocimiento cultivamos y qué vínculos promovemos entre universidad y sociedad.

En este marco, la carta puede leerse como una invitación a revisar nuestra cultura institucional. La universidad no puede reducirse a la transmisión de contenidos: debe ser un espacio de formación integral, donde la investigación y la docencia se articulen con la vida, la comunidad y la responsabilidad social. La educación —dice el documento— es siempre una obra coral, un “nosotros” que reúne a docentes, estudiantes, familias y sociedad civil.

Hoy, cuando la educación chilena enfrenta desafíos tan diversos —desde la brecha digital hasta la fragilidad de la convivencia y la confianza—, este llamado a la esperanza adquiere una vigencia particular. Nos recuerda que educar no es solo preparar para el trabajo, sino también para la vida en común; que enseñar no consiste únicamente en transmitir conocimiento, sino en compartir humanidad y construir fraternidad.

Educar con sentido, significa asumir que la universidad tiene una tarea que trascendente: acompañar a las nuevas generaciones para imaginar y construir un país más justo, más consciente y más solidario. Ese es, quizás, el mayor gesto de esperanza que puede ofrecer hoy la UCSC desde su identidad católica y su proyecto educativo institucional.