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Candidatos y vocación política

Por Monseñor Sergio Pérez de Arce
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Hace unos días se inscribieron los candidatos para las elecciones presidenciales y parlamentarias que tendremos en Chile el próximo 16 de noviembre. Hay 8 candidatos a la presidencia, 727 candidatos a diputados para elegir 155 cupos, y 99 candidatos a senadores para 23 cupos (el Senado no se renueva completamente). Son muchos candidatos, pero son los ciudadanos quienes, en definitiva, tienen la última palabra. Así es la democracia.

Lo que uno se pregunta es si todos los candidatos tienen vocación política. No cabe reprocharles que aspiren al poder, pues de eso se trata la política: de hacerse democráticamente de una parte del poder. Lo que importa es para qué se quiere el poder, qué se ofrece a la ciudadanía frente a los desafíos y necesidades de la sociedad, y qué capacidades se tienen para ejercerlo. Esto es lo que deben explicar los candidatos en la campaña y lo que debemos discernir los votantes.

Tener vocación política es ponerse al servicio del bien común, buscando las condiciones que permitan a todas las personas una vida digna. La política es una de las formas más preciosas de caridad, porque busca caminos eficaces de desarrollo para todos. No es, por tanto, para hacer carrera, para salvar al partido o para perpetuarse en el poder, sino para buscar orgánicamente el bien de todos, a través de las instituciones, estructuras y el ordenamiento de una sociedad organizada.

Tener vocación política es querer abordar los grandes y urgentes desafíos de la sociedad, en sus diversos niveles, buscando generar procesos sociales de fraternidad y justicia para todos. No se trata de responder solo a grupos específicos, como quien debe satisfacer a sus clientes, sino de promover un proyecto de país que, junto con abordar los problemas de corto y mediano plazo, piense el bien común a largo plazo; es decir, qué tipo de sociedad queremos heredar a las generaciones futuras.

Tener vocación política es optar por el diálogo y el acuerdo como modo de hacer política, porque no hay otra manera democrática de edificar una sociedad que es plural y diversa. El diálogo no excluye las propias convicciones y valores, pero se abre a los demás para buscar puntos de contacto; fomenta la unidad y no la fragmentación, el encuentro y no el enfrentamiento constante. Es un diálogo no solo entre los actores políticos, sino también con la diversidad de grupos y culturas que se expresan en la sociedad.

Tener vocación política compromete con una acción que respeta siempre la verdad profunda del ser humano, con apego a valores morales universalmente válidos, cuyo centro es el respeto a la dignidad humana. Sobre el valor inalienable de la persona debe edificarse todo el edificio social. Por eso, la política es una vocación que lleva a un amor preferencial por los más pobres y postergados de la sociedad, haciéndose cargo de las situaciones más angustiantes del presente.

Para el político cristiano, la política es un campo de misión, un instrumento para ordenar el mundo según el querer de Dios, a través de los mecanismos e instituciones que ofrece la democracia, buscando allí ser fermento del Evangelio.