Creemos que Jesucristo ha resucitado, que está vivo, San Pablo nos lo dice con contundencia: “Porque os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí, que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, según las Escrituras, que se apareció a Cefas y luego a los Doce…” (1 Cor. 15, 3-5). Sin embargo, ¿Cómo podemos relacionar su resurrección con la sensación de decaimiento, quizá vergüenza o escepticismo que nos embarga como cristianos frente a los acontecimientos que estamos viendo y viviendo en nuestra Iglesia? ¿No nos parece que más que ver a Jesús vivo, estamos viendo una comunidad que se duerme poco a poco?
Los Evangelios nos relatan de distintas formas y con distintos lenguajes la verdad de la resurrección de Jesús. En primer lugar, nos presentan la narración del sepulcro vacío, casi como una llamada de atención, que nos habla de que no es suficiente acceder al misterio de la resurrección por medio de los sentidos o cálculos humanos, pues ellos se quedan cortos, sólo ven un sepulcro vacío y no necesariamente a Jesús vivo (Lc. 24, 2-3). La pregunta que nos hace el Evangelio “¿Por qué buscan entre los muertos al que vive?” (Lc. 24, 5), puede ser para nosotros la que nos mueva a buscar nuevos caminos para renovar nuestra fe, nuestra vida cristiana y nuestra pastoral. ¿Dónde estoy buscando a Jesús Resucitado, con qué ojos estoy mirando?
El lenguaje bíblico usa un verbo para intentar decirnos el misterio de la resurrección: “Egeiró”, que podemos traducir al castellano con el sentido de “ha sido despertado” de entre los muertos. Es decir, el Padre despertó a Jesús de la muerte, la fuerza que da la vida nueva está en Dios. Él siempre actúa como Padre sobre Jesús, su Hijo. Es el Padre quien “levanta” al Hijo que yace y deja vacío el sepulcro. ¿En qué poder confiamos nosotros para despertar nuestra vida, la comunidad y la pastoral?
Por otra parte, el testimonio bíblico nos muestra la verdad de la resurrección de Jesús por medio de los relatos de sus apariciones (1 Cor. 15, 5-7; Mc. 16, 9-19; Mt. 28, 9-10.16-20; Lc. 24, 13-34; Jn. 20, 11-18. 19-28; 21, 1-22; Hch. 1, 3; 1, 6-11; 10, 41; 13, 31, etc.). El concepto griego que usan los textos es “Ofté”, que se traduce por “se dejó ver, se apareció”, es decir, no se trata de alucinaciones, no son los testigos los sujetos de la acción, ni se trata de su imaginación, sino que es Jesús quien se apareció resucitado, se dejó ver por los discípulos, el protagonista y quien irrumpe es Jesús vivo. ¿Estamos dejando que sea el Señor Jesús el que se haga presente en nuestra vida, comunidad y acción pastoral?
La Sagrada Escritura, al hablarnos de Jesús resucitado, nos da otro dato más que no debemos dejar pasar. Las primeras testigos de su resurrección son mujeres (Jn 20, 1; Mc. 16, 1; Mt. 28, 1; Lc. 24, 10-11). Las mujeres, al igual que los niños, no servían a los ojos de la época como testigos, no tenían credibilidad. Hoy, cuando nos parece que no tenemos credibilidad, debemos dejarnos levantar o despertar por la misma fuerza de Jesús resucitado y el poder del Espíritu Santo. Leamos desde esta perspectiva, por ejemplo, el relato de los discípulos de Emaús (Lc. 24, 13 ss.). Jesús resucitado nos libera de caer en la tentación de colocarnos a nosotros mismos en el centro de todo.
La Pascua es el tiempo de dejarnos despertar por el Señor. La liturgia nos invita a cantar en este día de la resurrección: “Este es el día que hizo el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo”. Esto es lo que necesitamos y esto es lo que nos da la Resurrección de Jesús.