La primera vez que vi a don Gastón Soublette fue por allá en el año 2000 en un programa ya inexistente que, por razones que aún me son misteriosas, lo pasaban por televisión abierta muy tarde o en horas matutinas extremas: “La Belleza de Pensar”, conducido por Cristian Warnken. Con su chaleco plomizo, su larga barba nívea y esa sabiduría omniabarcante, veo nuevamente este programa ahora por Youtube un día después de su partida hacia el Padre (25 de mayo), a los 98 años.
Don Gastón fue musicólogo, filósofo, diplomático, esteta, compositor, productor musical, ensayista, pensador y maestro. Amigo de Violeta Parra, vivió en París en carne propia el “Mayo del 68”, amante del cine (comparto con él su fascinación por Tarkovski). Fue experto en Mahler, estudioso de la filosofía oriental (Tao Te King) y de la cultura mapuche, discípulo del yogui católico (el mismo lo determina así) Lanza del Vasto, exégeta literario, junguiano junto a la Dra. Lola Hoffmann y un etcétera de accidentes que dan testigo de una vida plena y fructífera.
En una columna de tres mil caracteres es difícil dar alguna luz somera sobre el impacto de su obra, pero creo que Gastón Soublette, “salvavidas en tiempos revueltos, faro en período de borrascas” y leyendo sus últimas obras, destila como figura central de sus libros a este “Hombre Nuevo” que se encarna históricamente en Jesús de Nazaret y que es respuesta frente a estos “tiempos interesantes”. Ante las megacrisis que tanto al mundo como a nuestro país han afectado: económica, social, infecciosa, espiritual, institucional; impresiona un cisma en la prosecución del bien en su pensar y en su actuar, polaridad, por un lado, como destilado conceptual que nace del juicio racional y, por otro, como imposibilidad de concreción de este juicio racional tendiente al bien que no se plasma en lo experiencial.
Está descrito en el evangelio un modelo de humanidad que apuntaría a esta persona embebida en el “know-how” ético del “Nuevo Ser” que encarna los frutos del Espíritu, nuevo hombre-mujer que proclama el apóstol Pablo en su carta a los Gálatas (Ga.5-22), una persona infundida en los frutos del Espíritu: “más el fruto del espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley”.
Esta persona, especie de modelo de excelencia humana, también ha sido abordada por otros autores como Francisco Varela, Lev Tolstoi, Nikos Kazantzakis, Franz Jalics, Pablo D’Ors, pero en don Gastón se vislumbra menos entelequia y más de carne y hueso. Este nuevo ser encarnaría en el sabio popular anónimo, el cual “ha conservado, cuidado y trasmitido la sabiduría que ha sido el soporte de los usos y costumbres de las comunidades”. Y dejo al finalizar esta humilde columna, homenaje a uno de los más grandes chilenos de los últimos 100 años, las palabras del profesor Soublette sobre la sabiduría personificada: “Y si se me permite la osadía, me atreveré a decir que hace dos mil años un anónimo carpintero de la aldea de Nazaret en Judea, se ganó la fama entre sus vecinos de ser un sabio popular de libre plática y terminó arengando a grandes multitudes de trabajadores manuales, pescadores, labriegos y artesanos, a quienes decía, según el testimonio de Lucas: Bienaventurados vosotros porque sois pobres”.