¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano? - UCSC
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¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?

Por Arturo Bravo Retamal, académico Facultad de Estudios Teológicos y Filosofía UCSC
Imagen de portada

Algunos textos sobre la experiencia de la (in)solidaridad en la Biblia

Ilustración por el Prof. Fredy Díaz - UCSC
Ilustración por el Prof. Fredy Díaz - UCSC

Dada la limitación de espacio, sólo es posible mencionar algunos textos bíblicos tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento en los que aparece la vivencia de la solidaridad o de su contrario; esto explica el subtítulo del artículo.

Yendo al tema, es necesario comenzar con una aclaración terminológica. El Diccionario de la Real Academia Española bajo la voz solidario, ria coloca “Adherido o asociado a la causa, empresa u opinión de alguien”; y bajo la voz solidadaridad pone “Adhesión circunstancial a la causa o a la empresa de otros”, lo que significa que la causa o empresa puede ser tanto buena como mala, es decir, también se habla de solidaridad en el pecado, en la maldad, como bien lo muestran los habitantes de Sodoma (ver Gén 19,1-5). Valga esta explicación tomando en cuenta que habitualmente utilizamos el término solidaridad en sentido positivo.

El concepto de solidaridad lleva implícito la idea de unión, por lo que podríamos decir que la común unión o comunión y la solidaridad son términos prácticamente intercambiables. Y en el sentido que nosotros le damos, el término solidaridad expresa una especial identificación, preocupación y solicitud con los sufrientes, con los más desposeídos. La insolidaridad implica todo lo contrario, es decir, separación, división, egoísmo, indiferencia ante el sufrimiento ajeno, violencia ejercida contra los demás, en especial contra los más desprotegidos.

Por otra parte, si bien es cierto que la palabra “solidaridad” no aparece en la Biblia, sí se encuentra la vivencia de la misma o de su quiebre. Desde un principio, la Biblia muestra con crudeza y de forma paradigmática, sobre todo en los primeros 11 capítulos del Génesis, conflictos y divisiones que destruyen la convivencia humana. Después de expresar la unidad fundamental de los seres humanos en dos versiones de la creación del hombre y de la mujer (Gén 1-2) aparece en Gén 3 la dramática ruptura entre el ser humano y Dios, y entre el hombre y la mujer. Cuando Dios interroga al hombre sobre su desobediencia, éste le responde culpando a la mujer y a Dios mismo al decir “la mujer que me diste por compañera me ofreció el fruto del árbol y comí” (Gén 3,12). En este culpar a la mujer no queda nada de lo que yo califico como el piropo más hermoso de la historia: “ésta es hueso de mis huesos y carne de mi carne” (Gén 2,23). La situación se ha trastocado dramáticamente. El cambio es brusco, porque prácticamente todo el relato maravilloso del capítulo 2, se convierte en tragedia en el capítulo 3. Se rompe la unidad del ser humano con Dios y la unidad de la pareja humana. Todo esto aparece no como algo querido por Dios, sino como consecuencia del mal uso de la libertad humana, que eligió equivocadamente caminos de destrucción: quiso llegar a ser como Dios sin Dios. En este pecado de soberbia, de orgullo, consiste el pecado original.

Pero, como si esto fuera poco, el capítulo 4 del Génesis da cuenta del asesinato entre hermanos, crimen horrible que queda plasmado en la tristemente célebre respuesta de Caín a Dios: “¡¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?!” (Gén 4,9). Frase nefasta que puede ser considerada como el lema de la insolidaridad. Contrapunto a este quiebre entre hermanos es lo que encontramos en el Sal 133(132),1: “¡Qué agradable y delicioso es que los hermanos vivan unidos!” Expresión tomada de la realidad, pues los que somos padres de varios hijos sabemos por experiencia propia que no basta que ellos sean hermanos para que se lleven bien. Es bastante común lo contrario: que los hermanos se lleven como el perro y el gato. Esta desunión aparece claramente reflejada en la actitud del hermano mayor en la famosa y mal llamada parábola del “hijo pródigo”, pues su título adecuado es el de parábola del “padre misericordioso”. Esto nos muestra que en la práctica la fraternidad es muchas veces más un anhelo que una realidad. Y aquí hay un abismo entre la fraternidad y la paternidad, porque queda demostrado que hay situaciones en las que la fraternidad no alcanza a comprender, sólo son entendidas y queridas desde la lógica (más bien “paradójica”) del corazón amante de un padre .

Pero, falta todavía un quiebre, y que es una especie de duplicado del relato del pecado original: el relato de la Torre de Babel (Gén 11,1-9). En él aparece que los hombres solidarizan para construir una torre que llegue al cielo. Aquí aparece nuevamente la intención de llegar al cielo, al espacio de lo divino sin Dios, a puro ñeque humano. De esta forma, en los primeros once capítulos del Génesis aparecen estos relatos que no hay que interpretarlos como históricos, pero que muestran cruda y profundamente la dolorosa realidad de la insolidaridad humana.

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1. Es por esto que yo insisto tanto en el amor que los padres tenemos a nuestros hijos, dado que siempre que se habla de amor a los hijos se menciona en exclusiva a las madres, lo que me parece una tremenda injusticia. Hay una hermosa canción de Los Fabulosos Cadillacs llamada “Vos sabés” sobre este tema y que en una parte dice: “El amor de un padre a un hijo, no se puede comparar. Es mucho más que todo. Vos sabés”.

Arturo-BravoProf. Dr. Arturo Bravo Retamal
Instituto de Teología
Universidad Católica de la Santísima Concepción


[1]Es por esto que yo insisto tanto en el amor que los padres tenemos a nuestros hijos, dado que siempre que se habla de amor a los hijos se menciona en exclusiva a las madres, lo que me parece una tremenda injusticia. Hay una hermosa canción de Los Fabulosos Cadillacs llamada “Vos sabés” sobre este tema y que en una parte dice: “El amor de un padre a un hijo, no se puede comparar. Es mucho más que todo. Vos sabés”.