El Premio Ratzinger y Olegario González de Cardedal
En la única obra de teatro religioso que escribió Cervantes, El rufián dichoso, se reproduce, hacia el final, un diálogo que tiene para nosotros su interés. El antiguo rufián, Cristóbal de Lugo, ya convertido de sus desmanes, dice a los músicos que con él están su esperanza de recibir el ciento por uno en pago de sus limosnas y buenas acciones. Uno de los músicos reacciona de manera lógica: “¡A la larga lo tomas!”.“Y a lo corto”, replica nuestro protagonista: “que al bien hacer jamás le falta premio”. La frase cervantina hará fortuna y encontrará en los siglos posteriores no pocas aplicaciones. A mí me parece, que no es la menos adecuada servirme ahora para describir el significado del Premio Ratzinger de Teología. Un premio que el 30 de junio el Papa Benedicto XVI entrega al profesor de la Universidad Pontificia de Salamanca, nacido en las tierras de Avila, España, y reciente profesor visitante en la Universidad Católica de la Santísima Concepción, Olegario González de Cardedal.
Los lectores interesados ya saben casi todo de esta noticia. Que el Papa personalmente entrega este premio al teólogo salmantino, al laico italiano Manlio Simonetti, profesor retirado de literatura cristiana antigua en la Universidad pública de Nápoles, Italia; y al más joven profesor austriaco de Teología fundamental, Maximilian Heim, monje cisterciense y, Abad del monasterio de Heiligenkreuz. Saben también que el premio es concedido por la “Fundación Vaticana Joseph Ratzinger-Benedicto XVI” para promover el estudio de la Teología. Una nueva aventura de este Papa, al que todavía algunos tildan de inmovilista, y que ha “osado” promover una fundación que quiere invertir en el futuro del hombre. Un futuro, por supuesto, donde Dios esté presente y se lo puede buscar sin miedo y sin vergüenza.
El cardenal Scotti, que presentó en su día esta iniciativa, explicaba que la Fundación, creada por iniciativa del Papa, “quiere invitar a los estudiosos, a los teólogos, a los investigadores, a ser capaces de decir que hoy Dios nos atañe”, tanto en Occidente como en Oriente, a pesar de que con demasiada frecuencia su nombre y su realidad haya “sido totalmente vaciado, falsificado y reducido a un genérico topos moral”.
Los universitarios católicos nos sentimos orgullosos del teólogo y escritor, ampliamente conocido, profesor Olegario González de Cardedal, que va alcanzando cumbres casi tan altas como las montañas de Gredos, que pueblan su paisaje natal. Los teólogos, quienes nos dedicamos al cultivo de la Teología y quienes la estudian desde sus primeras páginas, nos sentimos felices, al menos, la mayoría. En el colega y el profesor descubrimos un modo de hacer Teología, que ha sido y es capaz de conjugar máximo rigor intelectual, amor total a la Iglesia, servicio a su magisterio sin fisuras y una inmensa y abierta capacidad de diálogo con la cultura hispana y universal de nuestro tiempo. Los ciudadanos de cualquier lugar estamos contentos, porque se ha elegido como teólogo distinguido universal a quien ha hecho de la ciudadanía un título decisivo. Como tal escribe en todo periódico y revista donde le dejan y ofrecen hospitalidad, dialogando desde estas tribunas-púlpitos acerca de todos los problemas que afectan cada día a los humanos, escuchando atentamente el rumor de la calle, y ofreciendo sugerencias luminosas desde el evangelio de Jesucristo. La Iglesia universal puede también sentirse alegre, al señalar con el máximo honor a quien tantas cosas ha hecho bien y tanto bien ha hecho con sus cosas, es decir, con sus clases y lecciones siempre magistrales, con sus libros para especialistas, con sus cartas a profesores, periodistas amigos, contemplativas y estudiantes, con sus colaboraciones periodísticas, con su trabajo callado al lado de quien en la sociedad civil y en la eclesiástica ha solicitado su colaboración, siempre generosa y competente.
Decía el Papa Benedicto XVI a los profesores y estudiantes teólogos, reunidos en la ilustre Universidad de Tubinga en Alemania el año 2007, que la Teología necesita, “además de la valentía de preguntar, también la humildad de escuchar las respuestas que nos da la fe cristiana; la humildad de percibir en estas respuestas su racionalidad y de hacerlas de este modo nuevamente accesibles a nuestro tiempo y a nosotros mismos”. Un perfecto retrato de la obra que ha llevado y lleva a cabo el teólogo amigo y competente. Y el Papa añadía acto seguido: “Así, no sólo se construye la Universidad, sino que también se ayuda a la humanidad a vivir”. Creo que éste es el mensaje principal del premio que ahora recibe el profesor Olegario González de Cardedal: con su trabajo ha hecho Universidad en España y en mundo de la lengua hispana, y a la vez ha ayudado a vivir reconciliados con la fe cristiana a muchos intelectuales y a no pocos ciudadanos. Por eso, vuelvo a repetir lo del principio. Nunca mejor traída la frase del personaje cervantino con que empezaban estas letras: a la larga y a la corta, “al bien hacer jamás le falta premio”.
Mons. José Manuel Sánchez Caro
Profesor de la Universidad Pontificia de Salamanca
Profesor Visitante de la UCSC
J.M.S.