En un mundo marcado por la inmediatez, las redes sociales, los mensajes instantáneos y los correos electrónicos que cruzan continentes en segundos, conviene detenerse un momento en pensar en el chile del año 2050. Las proyecciones de población, elaboradas por el Instituto Nacional de Estadística (INE, 2022), consideran que el país alcanzará los 21,6 millones de habitantes, de los cuales más de un tercio tendrá una edad igual o mayor a 60 años. Esto representa un serio desafío demográfico.
Sumado a lo anterior, la tasa de natalidad ha descendido gradualmente en la nación, a 1.6 hijos por mujer chilena (INE, 2025). Esto no es nada nuevo, de hecho, es una tendencia internacional actualmente. Países como Japón llevan década, por lo menos de noventa, tratando de establecer políticas públicas en este ámbito. Este fenómeno combinado de baja de la natalidad y aumento de la población de personas mayores está presente en casi todos los países de Europa, en Asia, Corea del Sur y China también registran esta orientación, y en América Latina, el caso de Uruguay es el más evidente. Incluso, Rusia y los Estados Unidos también han comenzado a adoptar medidas ante esta realidad.
En Chile, ya se observa con claridad la confluencia de dos tendencias demográficas: una natalidad en descenso y un envejecimiento poblacional en aumento Las causas de este cambio no son simples ni unidimensionales. Entre los factores que lo explican destacan: la postergación de la maternidad y paternidad en favor del desarrollo profesional, la decisión de muchas parejas jóvenes de no tener hijos, y el aumento de la esperanza de vida, producto de los avances científicos y tecnológicos en salud, entre otros.
El pensar Chile 2050 representa un reto de planificación y preparación para responder a una sociedad en la que una parte significativa de la población será adulta mayor: personas que, en su mayoría, no estarán activas económicamente ni en edad reproductiva. Esto requiere asegurar condiciones básicas de calidad de vida: pago de pensiones, atención geriátrica especializada, nutrición apropiada, actividades de integración social, una oferta educativa integral pertinente para todas las edades, entre otros. En otras palabras, pensar el Chile 2025 significa pensar en las implicancias en todos los ámbitos: ciudadano, social, político, económico, cultural.
La experiencia internacional en el desarrollo de política públicas dirigida hacia los desafíos demográficos puede resultar sumamente valiosa, especialmente de Japón y Corea del Sur, en cuanto a las medidas que han o no funcionado en contextos similares. Obviamente, no hay recetas mágicas, ni mucho menos líneas de acción directas o unidireccionales efectivas, debido a que se trata de personas, y, por tanto, esencialmente, las decisiones en estas políticas públicas deben considerar la complejidad humana, su naturaleza y multidimensionalidad.
En suma, pensar en el Chile del 2050 es pensar en sus desafíos demográficos: en las personas mayores, en la baja natalidad y también en la población migrante. La migración puede representar una oportunidad económica y social para los retos demográficos, pero se trata de una respuesta paliativa y temporal, ya que las personas migrantes tienden eventualmente a adoptar los mismos patrones de comportamiento que la población local. Por tanto, proyectar el Chile futuro significa pensar en sus personas: mayores, jóvenes y migrantes. Porque pensar las personas es, en definitiva, pensar en la nación chilena.