En nuestra sociedad hay una creciente dependencia a los dispositivos electrónicos, y en particular de las redes sociales y aplicaciones, que no se limitan solo a los adolescentes. Aunque el acceso a la tecnología comienza cada vez más temprano, siendo los niños quienes más rápidamente se familiarizan con estos dispositivos, todos estamos expuestos a los efectos que provocan.
Desde un enfoque clínico, esta dependencia se asemeja a otros tipos de adicciones en cuanto a los síntomas que presenta, ya que el uso excesivo de la tecnología puede desencadenar un ciclo en el que la persona experimenta una sensación de necesidad constante de estar conectada, lo que puede generar ansiedad, irritabilidad o incluso síntomas físicos, como dolores de cabeza o fatiga ocular, cuando no se tiene acceso a sus dispositivos. De hecho, es frecuente que las personas que experimentan dependencia digital presenten dificultades para desconectarse, incluso si son conscientes de que esto interfiere en su vida diaria.
Uno de los factores que contribuyen a la dependencia digital es el refuerzo inmediato y constante que proporcionan las plataformas digitales, como las redes sociales, que generan gratificación instantánea mediante notificaciones, «me gusta» o comentarios. Este tipo de retroalimentación activa áreas del cerebro relacionadas con el sistema de recompensa, generando sensaciones agradables que refuerzan el comportamiento de estar constantemente conectado, lo que refuerza la necesidad de continuar interactuando de manera compulsiva y que se convierte en un ciclo que parece difícil de romper.
Las redes sociales nos exponen constantemente a vidas idealizadas, generando comparaciones que muchas veces nos llevan a sentir insatisfacción o baja autoestima. Esta insatisfacción puede convertirse en un círculo vicioso donde el deseo de validación nos lleva a una búsqueda interminable de “me gusta” y comentarios, alimentando aún más el uso compulsivo.
Además, la dependencia digital también puede estar relacionada con otros trastornos psiquiátricos, como la ansiedad, la depresión o trastornos de la atención. La tecnología puede convertirse en una vía para evadir la confrontación de emociones o situaciones difíciles, lo que puede agravar problemas subyacentes de salud mental.
En ese contexto, las personas con ciertos rasgos de personalidad o con niveles altos de ansiedad y estrés son más propensas a desarrollar un uso excesivo y compulsivo de las pantallas. Además, el fenómeno conocido como FOMO (miedo a perderse algo en inglés) ha ganado mucha relevancia en la era digital, ya que este temor a quedar fuera de eventos, conversaciones o información importante genera una necesidad constante de estar conectados, aunque muchas veces sabemos que no estamos realmente participando de manera significativa.
Debemos aprender a equilibrar nuestro tiempo entre el mundo digital y el mundo “real” que se experimenta sin la mediación de una pantalla, para evitar caer en adicciones que podrían controlar nuestra vida.