Vivir una pandemia es algo nuevo para todos, y cada día se conocen nuevas situaciones y se abren nuevos debates éticos respecto de ella, por ejemplo, la protección a la privacidad de los pacientes contagiados.
La privacidad del paciente es un aspecto primeramente médico. Redactado en el código de ética, el médico debe respetar la intimidad del paciente. El secreto profesional deber ser respetado en todo momento, ya sea antes o después de la atención al paciente e incluso una vez que éste haya fallecido.
Hoy, la privacidad del paciente no es sólo un deber del profesional de la salud, sino también un derecho del paciente, que, además de ser motivado por la bioética, está sustentado por la ley. Chile se subscribe al pacto de la OMS que plantea que todos los países pertenecientes a la Organización Panamericana de la Salud (OPS) deben resguardar la identidad de los pacientes. Esto se ve reflejado en la Ley 20.584 de Derechos y Deberes de los Pacientes, específicamente, en el apartado que defiende el derecho a resguardar y prohibir la entrega de información médica de un paciente.
Podemos decir que el derecho a la privacidad del paciente existe, pero en el área netamente de la salud, como deber del profesional y derecho del paciente. Pero en nuestra vida en sociedad, dicha privacidad y/o protección al paciente o al otro enfermo, no es tal. Porque, ¿Qué pasa cuando la sociedad asume que el conocimiento de la información de quienes son las personas contagiadas es un derecho? El manejo y publicación de la información de los pacientes lleva a que, en el último tiempo y por diversas razones, veamos cómo la comunidad toma justicia por sus propias manos, quizás en un intento desesperado por mantener el orden, y, hoy por hoy, la salud y la vida, al amedrentar y agredir a personas diagnosticadas con Covid-19 positivo.
La pandemia no es la gatillante de esta falta de respeto a la privacidad de las personas. La pandemia lo que ha hecho es hacer más notoria esta realidad. Puede ser rabia frente al peligro de contagiarse por responsabilidad de otros que no han tomado las precauciones, temor a ser contagiados, o a que mientras más contagiados haya, más lejano se ve el retomar una vida “normal”.
La pregunta que queda es qué hacer, cómo abordar el tema y cómo educarnos en cuanto al respeto al otro: Tenemos que recordar, rehabilitar y cultivar los valores de vida que guían nuestra ley moral: la vida, unidad, paz, armonía, que en tiempos de pandemia se pueden ver olvidados. Considerar que el paciente no sólo es un paciente, sino una persona con una historia de vida única cuya dignidad debe ser respetada, ya que se encuentra en un estado de vulnerabilidad. Faltamos a la dignidad de una persona cuando sus datos personales y domicilio son publicados, dando paso a que cualquiera pueda intervenir en la vida de estas personas. Esto no mejora la condición de un paciente, ni alerta de manera positiva a la comunidad. Aumenta el pánico y las malas relaciones.
Proteger el derecho a la privacidad de los pacientes no puede ser solo labor del profesional de la salud. En estos casos en particular, debemos colaborar todos, recordando que vivimos en sociedad y parte de ello significa que nuestras acciones deben guiarse por el ideal de vivir bien en comunidad. Y recordar que parte de vivir en comunidad es respetar al otro, y en esta pande-mia, sobre todo, prima el respeto por la vida del otro, por su dignidad y honor, tanto como por la de uno mismo.