En la actualidad, los índices de natalidad a nivel mundial están en baja, lo cual transforma la decisión de tener o no tener hijos, no sólo en una determinación personal, sino también en un problema de carácter político para los Estados, ya que comenzamos a engrosar la nómina de sociedades envejecidas y con bajo recambio laboral.
En este contexto, los movimientos feministas se han encargado de poner en cuestión, particularmente, aquellos asuntos referidos a la maternidad como una experiencia psicobiosocial fundamental en la “naturalización” de lo femenino, lo cual ha sido abordado desde los estudios de género a partir de una reflexión que busca develar la dimensión cultural de la maternidad, la cual merece ser analizada desde diversos frentes.
En tal sentido, resulta de interés estudiar las representaciones de lo materno, configuradas a partir de los medios masivos de comunicación, por tratarse de uno de los soportes que vehiculiza un alto número de representaciones de la cotidianeidad, lo que ofrece significaciones colectivas a las comunidades en las cuales los mass media se insertan, con el potencial de naturalizar ciertos elementos como esenciales e identitarios en la construcción de quienes los consumen.
En la prensa de espectáculo internacional, por ejemplo, la representación de la maternidad pasó a transformarse en un hecho extraordinario narrado a partir de una retórica de espectáculo (Demi Moore en Vanity Fair, 1991). Poco a poco, y con menor presupuesto de producción, dicho modelo fue replicado en las páginas de la prensa rosa latinoamericana, por figuras locales exhibiendo físicos recuperados de manera prodigiosa, luego de nueve meses de gestación.
Pero, al observar los medios tradicionales, se siguen evidenciando modelos más bien hegemónicos, basados en la persistencia del estereotipo de la “buena madre”. Aquella que sacrifica su propia existencia por el cuidado de los suyos. A este modelo se suma -además- la inclusión “casi obligatoria” de proyectos propios, ligados a algún tipo de independencia económica. Lo anterior -a su vez- está descrito con relación al logro de mayores grados de felicidad y autonomía, vinculadas al ejercicio exitoso del rol materno.
Sin embargo, en la actualidad, también es posible constatar la aparición de una crítica al modelo hegemónico, el que poco a poco comienza a desmontarse a partir de concepciones más progresistas de la maternidad, que implican un abanico de mayores posibilidades en cuanto a su ejercicio y tipología. Con ello se evidencia una cierta evolución del concepto de maternidad, la cual ya no es concebida sólo como un modelo único y rígido. Esto sugiere un cambio cultural significativo, a partir del cual podemos hablar de una maternidad situada, que se está redefiniendo para adaptarse a las realidades contemporáneas.
Paralelamente, se refleja un cambio en la comprensión de la maternidad como un fenómeno social que requiere apoyo colectivo, más allá de la responsabilidad individual. Un reconocimiento real de que la maternidad no es sólo una cuestión privada, sino también un asunto de política pública para abordar las desventajas estructurales que -en muchas ocasiones- enfrentan las mujeres al convertirse en madres.