En el mismo discurso en que informaba de los ataques a instalaciones nucleares de Irán, el presidente Trump nombraba y agradecía a Dios: “Y quiero dar las gracias a todos. Y en particular, a Dios, solo quiero decir: te amamos, Dios (…) Dios bendiga a Oriente Medio, Dios bendiga a Israel y Dios bendiga a América”.
No se ha quedado atrás el ayatolá Jamenei, líder religioso y político de Irán, quien, luego de los ataques de su país a Israel, ha dicho: “Damos gracias a Dios por ayudar a nuestras Fuerzas Armadas a ser capaces de superar su avanzado sistema multicapa de defensa aérea, arrasando hasta los cimientos zonas urbanas e instalaciones militares”. Netanyahu, por su parte, ha dicho: “Dios dará fuerza a su pueblo, Dios bendecirá a su pueblo con la paz”.
Es increíble que cada uno de estos líderes meta a Dios en la guerra, donde mueren cientos de inocentes y hay gran destrucción. Es increíble que se ponga a Dios tan fácilmente “a mi favor”, como si Dios quisiera la preservación de unos y la destrucción de otros; como si Dios incluso actuara directamente en la guerra para asistir a unos, aunque eso signifique la muerte de otros. Es una verdadera blasfemia, porque se injuria a Dios y se transgrede el mandamiento de “no usar el nombre de Dios en vano”.
Alguien dirá que en la Biblia hay numerosos textos en que Dios acompaña a su pueblo en sus victorias bélicas y en que Israel vence a sus enemigos con el auxilio de Dios. Y esto es verdad, porque la historia de la salvación se da en el marco de las luchas de Israel con sus vecinos o sus opresores, o en el marco de la conquista de Canaán, la tierra prometida. Pero todo esto hay que leerlo hoy a la luz de Jesucristo, que nos revela la plenitud del rostro de Dios y llama bienaventurados a los que trabajan por la paz. El Antiguo Testamento se ha de leer a la luz del Nuevo Testamento, que nos enseña la primacía del amor al prójimo, el amor a los enemigos, y nos muestra nítidamente que Jesús rechaza el camino de la violencia para anunciar su evangelio (cf. Lc 9, 54-56) o para defenderse cuando lo van a apresar (cf. Mt 26, 51-53).
Que Dios haya ayudado a Israel en sus batallas (aunque no siempre lo ayudó, debido a su pecado), no hay que interpretarlo hoy como si Dios tomara partido en las guerras por una de las partes y olvidara a la otra, o como si Dios me protegiera solo a mí y castigara a mi oponente, sino desde la hermosa verdad de que Dios está en medio de nuestras vidas y afanes, y nos sostiene con su Espíritu. Hay que leerlo en la perspectiva de que nada nos separa de su amor, ni la muerte, ni la vida, ni lo presente ni lo futuro (cf. Rom 8, 37-39), porque siempre estamos en sus manos. Hay que dejar de poner a Dios al servicio de mis guerras, mis empresas y mis proyectos autorreferentes, y ponernos nosotros al servicio de la voluntad de Dios manifestada en Jesús.
Ha dicho el Papa León XIV en una audiencia el pasado jueves: “¿Cómo se puede creer, después de siglos de historia, que las acciones bélicas traen la paz y no se vuelven contra quienes las han llevado a cabo? ¿Cómo se puede pensar en sentar las bases del mañana sin cohesión, sin una visión de conjunto animada por el bien común?”.