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Educación inclusiva: nuestra relación con la diferencia en la convivencia escolar

Por Dr. Ricardo Castro Cáceres, Director Escuela de Pregrado de la Facultad de Educación UCSC

La educación inclusiva ha sido definida de distintas formas. Mientras que en algunos enfoques se destaca la reivindicación de poblaciones históricamente segregadas, otros enfoques se centran en brindar apoyo a todos los estudiantes a partir de reconocer y responder a la diversidad. Por lo tanto, el núcleo de la educación inclusiva no radica únicamente en las características individuales de los estudiantes, sino en las oportunidades de acceso y participación que los entornos educativos pueden ofrecer.

La educación inclusiva tiene un impacto que trasciende los beneficios académicos para los estudiantes con necesidades educativas especiales. Al fomentar ambientes inclusivos, se enriquece el aprendizaje de todos los estudiantes, no solo en términos académicos, sino también en valores fundamentales como la empatía, la responsabilidad y el respeto mutuo. Estos valores son pilares esenciales para la construcción de una sociedad más justa y equitativa.

En las últimas décadas, Chile ha demostrado un creciente compromiso con el desarrollo de la educación inclusiva a través de leyes, decretos y políticas públicas. Estos lineamientos definen la inclusión como la implementación de prácticas que aseguren el acceso, la participación y el éxito académico de todos los estudiantes, sin excepción, independientemente de sus características individuales.

Es fundamental reconocer que la mera adopción de políticas de inclusión no agota el tema, es igualmente crucial fomentar una cultura de respeto y aceptación hacia la diversidad en todos los ámbitos sociales. Aunque las normativas y protocolos de acción son útiles, no aseguran por sí solos los cambios necesarios debido a la complejidad y profundidad del desafío. Por ello, es imperativo avanzar hacia un pacto social integral que promueva una mejor convivencia, manifestada en la vida diaria. En este contexto, las comunidades educativas y sus proyectos formativos desempeñan un papel esencial.

Desde el punto de vista institucional, las escuelas han tendido a abordar la presencia de las diferencias de manera segmentada, categorizando los temas en áreas como interculturalidad, convivencia, género y programas de integración, entre otros. Sin embargo, desde una perspectiva más sistémica, todas estas áreas pueden verse como manifestaciones específicas de un tema más amplio y fundamental: nuestra relación con la diferencia, o nuestras interacciones con la alteridad en los contextos educativos. Reconocer esto nos permite entender que las diferencias no deben ser confinadas como áreas aisladas, sino que debe ser un eje transversal y central en la educación, influenciando todos los aspectos de la experiencia educativa y promoviendo un enfoque más holístico.

La pedagogía actual puede transitar hacia un enfoque educativo centrado en el encuentro auténtico y hospitalario con el otro, reconociendo la responsabilidad ética hacia el estudiante que se presenta ante nosotros.

Las didácticas orientadas a la diversidad nos invitan a diversificar y flexibilizar las experiencias pedagógicas mediante la incorporación de estrategias como la co-enseñanza, el aprendizaje basado en problemas, proyectos de aula y el diseño universal para el aprendizaje. Estos métodos no solo enriquecen el proceso educativo, sino que también crean situaciones de interrogación y búsqueda. Estas situaciones se convierten en eventos significativos que desafían los caminos y conclusiones preestablecidos, exigiendo una implicación personal intensa para dotar de sentido a los eventos educativos, tomar decisiones sobre cómo proceder, qué conclusiones extraer y qué hacer con los resultados obtenidos.

La presencia de las diferencias en las aulas es esencial, no solo porque es una característica intrínseca de lo humano, sino porque potencia el aprendizaje y desarrollo de todos. Reconocer y valorar al otro significa apreciar las diferentes estrategias, estilos de aprendizaje y perspectivas que cada individuo aporta. Esta riqueza no solo amplía nuestras habilidades cognitivas y culturales, sino que también promueve una igualdad de oportunidades real y una aproximación más verídica al mundo en que vivimos.

Esta multiplicidad de miradas y experiencias en el aula enriquece el proceso educativo, permitiendo que los estudiantes no solo aprendan unos de otros, sino que también construyan una comprensión más compleja y empática del mundo.