El caminar y sus beneficios - UCSC
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El caminar y sus beneficios

Por Nicolás Saá Muñoz, académico Facultad de Medicina UCSC

Me gusta caminar, sin meta, sin derrotero, solo andar. Ojalá pudiera hacer todo destino sólo con mis dos pies, pero el tiempo en su dimensión productiva y la sociedad del rendimiento a lo Byung- Chul Han retrasan este cometido. No así para David Le Breton en su libro “Elogio del caminar”, en que declara con aireado ánimo el transitar de calle en calle, de paisaje en paisaje como “evasión de la modernidad, una forma de burlarse de ella, de dejarla plantada”. 

Más allá de este ánimo insurrecto en el recorrer, el filósofo o el paseante solitario por excelencia recomienda deambular al igual que Montaigne, para, por qué no, el “Universal Concreto” o el “Aleph personal”, hallar. 

Cuenta la historia que Federico Nietzsche, el filósofo de la voluntad de poder y el del filosofar a martillazos, ideó su concepto del “eterno retorno” en una caminata por las altas cumbres de Los Alpes suizos, al detenerse en una imponente roca de forma piramidal de más de 2 metros y medio de altura frente al lago Sils. O como Diógenes de Sinope, el “Sócrates delirante” de Atenas, deambulada descalzo por el ágora, sin rumbo y sin pudor, solo acompañado de una humilde capa. La filosofía “se hace caminando”, nos diría Michel Onfray.

Mi madre, Fabiola, le encantaba discurrir con sus dos vástagos, mano con mano, por las calles de las tres Ces, incansable e inagotable. Refería a este arte propiedades salutíferas. Era implacable y no diferenciaba estación. Mis disculpas por esta particular disquisición, pero el caminar se me hace más personal y concreto que el respirar o el comer. 

Fugaz contacto terreno, el pie y el mundo, vuelo en el pensar, las mejores ideas han sido apre(he)ndidas en este proceso plástico e inacabado. Se piensa caminando, con el fin de renovar ideas anquilosadas, de sacarse de encima viejas presunciones.  Paso a paso, respiración a respiración, pensamiento a pensamiento.

La literatura del caminar es extensa y de múltiples géneros.  Del ya nombrado David Le Breton en su “Elogio”, podríamos citar a Walter Benjamin que realza esta acción como medida de libertad. O a Rousseau en “Las ensoñaciones del paseante solitario” que reivindica el pasear como gozo para el cuerpo y el alma. Algo muy parecido a lo que nos señala Thoreau en “Walden” donde la naturaleza es solaz y fuente de contemplación para el caminante. Sugiero frente a algún problema deambular (o dejarlo al sueño), ya que la solución muchas veces está a un par de cuadras de distancia.

Otros beneficios validados por la evidencia médica del “caminar en forma regular”, es decir, una hora al día, son acelerar el metabolismo, disminuir el estrés y mejorar la salud mental, aumenta la capacidad física aeróbica, alarga los años de vida, disminuye la presión arterial, reduce la circunferencia abdominal, baja la incidencia de diabetes mellitus tipo 2, enfermedad coronaria, cáncer de colon y mama. Los estudios diferencian también en el ritmo de la caminata. El caminar más reduce el riesgo de cáncer y el caminar más rápido disminuye entre un 10% a un 20% el riesgo de contraer alguna enfermedad cardiovascular. 

Pero si su afán es metafísico, Matsuo Basho, poeta del período Edo en Japón (1644-1694), creador de haikus, esas miniaturas de frasesm que al igual que la belleza “golpean”, le da un giro estético al transitar, y como él, ojalá se me permita: “Andar y andar, si he de caer, que sea entre los tréboles”.