Sin duda el título representa una afirmación paradójica, puesto que uno muy bien podría y más bien debe preguntarse cómo es posible afirmar que un instrumento de humillación y despojo tenga algo de poder. Sin embargo, nosotros los cristianos creemos que en la cruz de Jesús encontramos salvación. Examinemos algunos aspectos que nos ayudarán a entender este tema, sobre todo en esta época en que nuestro país ha sido azotado por las terribles catástrofes naturales que hemos experimentado.
1º Desde la perspectiva histórica “la crucifixión pasaba no sólo por especialmente cruel, sino también por una pena sumamente infamante. Cuando los romanos imponían a guerrilleros independentistas esta pena de muerte propia de esclavos, equivalía a una burla cruel. Cicerón[1] escribe: ‘La idea de la cruz tiene que mantenerse alejada no sólo del cuerpo de los ciudadanos romanos, sino hasta de sus pensamientos, ojos y oídos’. Entre gente bien ni siquiera se podía hablar de una muerte tan denigrante”[2]. Todo crucificado era un sufriente despreciado. Por lo tanto, Dios, en Jesucristo, desciende hasta lo más bajo y despreciable de lo humano: la crucifixión.
2º Pero… ¿por qué y para qué hace eso que es tan poco digno de un Dios? La respuesta al por qué es el amor insondable e irrefenable de Dios por el ser humano, amor que se entiende cuando uno comprende el para qué.
La respuesta al para qué es doble. Por una parte, para acompañarnos en algo que es tan propio de la existencia humana: el sufrimiento, el dolor. Por la cruz de Cristo ya nadie está solo en su sufrimiento por grande que éste sea. Desde esta perspectiva, el Dios de Jesucristo es un Dios sim-pático en el sentido etimológico del término: syn en griego significa con, y “pático” viene del verbo griego pásjo que significa sufrir, padecer, experimentar; es decir, simpático significa sufrir, padecer con. El Dios de Jesucristo es un Dios que sufre con el ser humano.
Por otra parte, hay que darse cuenta que Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, sufre con nosotros pero no como nosotros. Cuando el Hijo de Dios padece lo hace al modo divino: “su pasión es expresión de su libertad; Dios no es atrapado por el sufrimiento, sino que se deja libremente alcanzar de él. No sufre como la criatura, por deficiencia en el ser; sufre por amor y en su amor que es la superabundancia de su ser”[3]. Porque Dios es la omnipotencia del amor, puede realizar la impotencia del amor. Puede experimentar el sufrimiento y la muerte sin sucumbir a ellos. Sólo así puede redimir nuestra muerte mediante la suya[4]. Si experimentara el sufrimiento y la muerte igual que nosotros, no sería capaz de redimirnos.
En conclusión, Dios no nos hace sufrir sino que sufre con nosotros y no para divinizar el sufrimiento, sino para redimirlo, para transformarlo. Es cierto que el sufrimiento no queda abolido, no desaparece, pero queda transformado desde la esperanza.
Dios no envía ni terremotos ni tsunamis, éstas son catástrofes naturales, sino que en la cruz de su Hijo sufre junto a todas las víctimas; pero en la resurrección de su Hijo abre nuestro sufrimiento a la esperanza, porque la resurrección es el triunfo definitivo de la vida sobre el horror, el sufrimiento y la muerte. La solidaridad, la ayuda mutua sin tomar en cuenta nuestras diferencias son manifestaciones concretas de las semillas de vida que brotan del dolor y un adelanto de la vida definitiva junto a Dios. En esto consiste el poder de la cruz, en que del dolor y la muerte surgen la esperanza y la vida.
[1] Famoso jurista, político, filósofo, escritor y orador romano que vivió entre el 106-43 a.C.
[2] Walter Kasper, Jesús, el Cristo, Sígueme, Salamanca 1992, pág. 139.
[3] Walter Kasper, El Dios de Jesucristo, Sígueme, Salamanca 1990, pág. 226.
[4] Cf. W. Kasper, El Dios de Jesucristo…, pág. 227.
Arturo Bravo
Académico Teología UCSC