En 1920, hace cien años, se estrenaba una de las películas más discutidas de la historia del cine, “El gabinete del doctor Caligari”, de Robert Wiene, una de las obras cumbre del cine expresionista alemán (se puede ver en You Tube). No podemos aquí contextualizar esta película en el fértil y complejo ambiente político-social-cultural de la República de Weimar (remitimos a los muy significativos cuadros del pintor George Grosz y a la obra de Siegfried Kracauer, “De Caligari a Hitler”).
Nos parece que esta obra de Wiene sugiere, ante todo, que estamos y somos vividos en una “sociedad del espectáculo” (cf. la excelente obra que lleva este título de Guy Debord). El doctor Caligari, al inicio de la película, acude a una feria, es decir, a la sociedad del espectáculo para proponer un hombre-sonámbulo que él despertaría después de 23 años.
Este supuesto sonámbulo tiene el significativo nombre de César (lo que indicaría una soberanía del pensamiento del sujeto sui iuris capaz de actos legislativos productores de beneficios universales). Todos, en esta feria, son “masa”, espectadores catatónicos de hechos supuestamente neutrales, espectaculares. De esto se aprovecha el Doctor Caligari para presentar su espectáculo, su somnámbulo que, en realidad, siendo hipnotizado, bajo la orden de su “amo y señor”, realiza homicidios en serie, es decir, cumple la destrucción de cualquier relación cívica. Esta es la primera sugerencia de esta película: no estamos dormidos-somnámbulos (como sostenían los gnósticos antiguos y modernos), somos hipnotizados por Teorías-Ideales de un pensamiento insano que asumimos acríticamente (la ontogénesis recapitula la filogénesis, decía Freud).
En este sentido, bastaría con leer “Psicología de las masas” de Freud para reconocer que hipnosis equivale a enamoramiento, es decir, lo contrario de una relación cívica com-puesta en una amistad de pensamiento productora de beneficios universales. No solo el presunto somnámbulo resulta hipnotizado, sino que es también la “masa” que asiste a la feria, o sea, quienes se complacen de la sociedad del espectáculo.
La segunda sugerencia se refiere a la cuestión moderna por excelencia que, vinculada con la sociedad del espectáculo, es la del “poder” (como ya había señalado Romano Guardini en su obra “El Poder”). Hay una cuestión aún no resuelta en la supuesta modernidad: si continuamos pensando el poder como sustantivo y en mayúscula (El-Poder) o como verbo y en minúscula (el poder), es decir como capacidad del pensamiento del sujeto de ser sui iuris.
Al inicio de la película, el doctor Caligari pide permiso para exhibir su somnámbulo al gerente de la feria que es presentado sentado en una silla altísima, la de “El-Poder” y que deprecia la petición del Doctor. De aquí el resentimiento del Doctor que, obsesionado con la fijación de “El-Poder”, ordena al sonámbulo-César matarlo. César sería por tanto el simple ciudadano que hipnotizado por “El-Poder” ejecuta responsablemente las ordenes asesinas de su amo, pensando tener “Poder” en esta ejecución.
Hannah Arendt ha mostrado con creces en su obra “La banalidad del mal” como Adolf Heichmann, el ejecutor de la solución final del extermino de los hebreos, no era más que un kantiano que obedecía con la máxima responsabilidad al deber por el deber, el de cumplir responsablemente las órdenes, como perfecto funcionario, es decir, como dice la Arendt, como alguien que “no pensaba”.
En este sentido, la tercera sugerencia es que cada uno de nosotros es “César”, no en cuanto detentor de un “Poder” o, en cuanto hipnotizado por “El-Poder” funcionario cumplidor de deberes, sino más bien en cuanto sujeto sui iuris, capaz de un pensamiento superiorem non recognoscens, capaz de poner y com-poner con su pensamiento actos cívicos, es decir, universalmente beneficiosos. En la sociedad del espectáculo en que domina la fijación de “El-Poder”, habría que reconocer que el verdadero poder es el del pensamiento del sujeto com-puesto en una amistad de pensamiento cívico-crítico, imputable por sus frutos universales (arbor ex fructu cognoscitur decía Jesús). De esto somos responsables, no de una genérica e indistinta “responsabilidad” inimputable.