Uno de los problemas contemporáneos que afectan a nuestro país, y que requiere atención inmediata y soluciones eficaces en el corto plazo, es el tema de la energía. Chile, para su desarrollo, requiere solucionar a la brevedad y dar seguridad que la matriz energética será suficiente para asegurar el desarrollo industrial en este siglo XXI.
Todo en un escenario bastante complejo donde la globalización, la dinámica de los mercados y de los conflictos internacionales, nos hace dependientes de una, cada vez más requerida, energía. Por otro lado, la dinámica de los conflictos internos derivados de las expectativas de una sociedad que se desarrolla, confluye en la complejidad de una crisis energética ya instalada, y cuya solución requiere: compromiso ciudadano, educación pública, participación, sabiduría y firmeza gubernamental, además de un enorme talento en la estrategia política.
En consecuencia, el problema puede ser abordado desde variados ángulos e, ineludiblemente, escapan a un enfoque netamente técnico, requiriéndose más bien una visión holística y multidisciplinar. En lo particular, lo más importante es la visión política del tema energético. Independientemente de las opiniones, de los matices o simplemente si se está o no de acuerdo, las actuales administraciones del gobierno chileno en los últimos 25 años – con diferentes énfasis y visiones – han planteado la necesidad de impulsar importantes transformaciones para avanzar como país a un estado de mayor equidad y progreso ciudadano, en la que la disponibilidad de energía en cantidad y calidad suficiente, sea el contexto para la producción en armonía con la conservación y sustentabilidad del medioambiente. La visión generalizada y unánime es que Chile no podrá crecer de su actual condición sin dar una solución contundente, un cambio paradigmático a sus problemas de energía.
Por ende, la falta de acceso a la energía para apoyar los proyectos de desarrollo nacional bloquea sin duda nuestro crecimiento. Es importante comprender que somos una sociedad que se desarrolla dentro del paradigma de la producción energética y es, por tanto, absurdo negarnos a su generación, y a permitir que el problema de insuficiencia siga persistiendo en el tiempo. De la misma forma que el bienestar y la cultura son proyectos constructivos que requieren trabajo, la generación de energía no es gratuita: los proyectos energéticos tienen impactos ambientales e, independientemente de su naturaleza, contaminan visual y acústicamente. El paradigma que se crea, no es el abstenerse de producir energía para no generar impactos, sino cómo lograr un balance que nos permita mitigar el impacto de su producción, de modo que nos posibilite una sustentación geopolítica, cultural y social por el bien de nuestra descendencia.
A nivel internacional, las estadísticas de la OCDE muestran una excelente correlación entre el PIB, el bienestar social, y el consumo percápita de energía, fundamentalmente en sociedades libres de los problemas de desigualdad. Al ritmo del crecimiento actual de la demanda eléctrica, se requiere aumentar la capacidad de generación en un 3%, lo que implicaría duplicar la generación recién en 25 años… todo parece indicar que la curva de crecimiento de inversión en proyectos eléctricos está limitada, es lenta y debería acelerarse. Las nuevas energías (ERNC) basadas en el viento, el sol, el mar, el agua, incluso en los residuos a través del biocombustible, nos permiten tener un abanico más extenso de posibilidades de generación de energía; sin embargo, siendo Chile un país de una longitud considerable, condición que complica en extremo la distribución de la energía entre las fuentes de generación y los potenciales usuarios. Los soportes físicos de transporte, y los sistemas de transmisión en el caso del sector eléctrico, se ven complicados en extremo por una condición de esta naturaleza; ya sea por la vulnerabilidad frente a eventos de fallas y accidentes, además de los costos inherentes de distribución y las pérdidas de potencia.
Es necesario, por tanto, aumentar las oportunidades de generación local para los consumidores de nivel menor a intermedio (Centrales de pasada de Baja Potencia) acercando así a los usuarios a las fuentes de producción. Esto abre enormes oportunidades que podrían ser abordadas, parcialmente, mediante subsidios orientados a favorecer proyectos energéticos locales de hasta mediana escala y de bajo impacto ambiental, dado que la disponibilidad de energía limpia a menores costos aumentaría la competitividad y la productividad local, probablemente en una mejor forma que lo que se lograría con subsidios y bonos orientados a la capitalización de la popularidad.
En resumen, Chile necesita urgente una transformación hacia una política sustentable que asegure la estabilidad, disponibilidad y costo competitivo de la energía en el largo plazo, y además logre generar confianza institucional en las soluciones adoptadas en el corto a mediano plazo, de esa manera podremos avanzar a una mayor equidad y a un efectivo progreso social.
Las energías renovable convencional y no convencional es insuficiente para soportar la matriz y garantizar continuidad en la producción de energía. Es por esto que deben complementarse los sistemas seguros de producción (hídricos y térmicos) con aquellos de energía renovable en un dinámico programa de balance de carga. Finalmente, debemos entender que nosotros los consumidores debemos tomar conciencia además acerca de los beneficios del uso eficiente de la energía.