El microcosmos en el macrocosmos en tiempos de liquidez Baumaniana. Dante en su viaje a través del monumental poema medieval que es la “Divina Comedia” (de Dante Alighieri escrita entre 1304 y el 1321) es acosado por tres bestias en su camino iniciático: por la pantera de la lujuria, por el león de la soberbia y la loba de la avaricia. Desesperado, a punto de desfallecer, es socorrido, ayudado por Virgilio, la razón, que será guía y consuelo de éste en su trayecto que lo llevará por el infierno, el purgatorio y finalmente a su encuentro con Beatriz, luz divina, en el paraíso.
Algo similar nos ocurre como sociedad del siglo XXI, en estos “tiempos interesantes”, en tiempos de incertidumbre, donde todo como indica Zygmunt Bauman, “se vuelve líquido”. Se han perdido los limites, no hay solidez ni marcos de referencia claros (institucionales, sociales, comunitarios, éticos) donde la personas puedan afianzarse y anclar sus vidas, ideas, emociones y acciones.
A pesar del progreso técnico-científico acelerado de las últimas décadas, no ha ocurrido esto en forma similar en lo ético (noción acuñada por la filósofa española Adela Cortina). Ya no hay referentes (sólo hay referencias). Y ya como citara nuestro gran filósofo nacional, Humberto Giannini, la humanidad en nuestros días se “vuelve contra sí misma, amenazándose de muerte con eso mismo que construye o instala en medio de su vida: técnica, tabúes, dioses”.
Ante esta falta de guías, el humanismo resurge para la humanidad como Virgilio para Dante: adalid, razón y protector en el ignoto valle de la incertidumbre de la posmodernidad. Siguiendo con Don Humberto extraigo de su excelente libro “Breve Historia de la Filosofía” que la palabra “humanismo” viene del latín ciceroniano humanistas el cual significa el “estudio de las ciencias formativas del hombre (buenas artes)”. Esta pléyade de disciplinas, que tiene como arma principal la “palabra”, auxilia a la humanidad en pos de reivindicar su dignidad. Es el acelerante para que la ética alcance al desarrollo tecno-científico, para que los fines del hombre prevalezcan sobre los horizontes ciegos de la máquina.
Esta interpelación al cultivar la palabra, es un diálogo con los “grandes espíritus del pasado”. De allí el reivindicar antiguas sabidurías, el rejuvenecer y mirar con nuevos ojos antiguos autores. Es una vuelta de ciclo, el eterno retorno nietzscheano. La Universidad Católica de la Santísima Concepción encauza e impulsa a través de todas sus facultades este humanismo cristiano, que tiene como centro a la persona, humanismo embebido en las virtudes cardinales y teologales: prudencia, justicia, templanza, fortaleza, fe, esperanza y caridad. Y tal como Virgilio, la diada “humanismo y universidad”, marca el camino a seguir en el trayecto de la sociedad en la posmodernidad donde la persona es centro de interés del desarrollo de la sociedad no dejando a las fuerzas ciegas del desarrollo técnico-científico como único actor, sino a la persona como protagonista del devenir de la historia.