Tal como en una partida de póker, la competencia entre plataformas de redes sociales es “su apuesta y una más”, y los usuarios se obnubilan con tanta maravilla tecnológica. Hace un tiempo se presentó Vine, una aplicación que permite grabar y compartir videos de 6 segundos a través de Twitter.
Ahora, es Instagram -la célebre aplicación de fotografías para smartphones- la que contraataca y presenta la posibilidad de capturar 16 segundos en video y compartirlo por Facebook. En palabras del desarrollador y dándole un “palo” a su competidor: no tan corto como para truncar el afán creativo, no tan largo como para saturar la conexión de la red.
Acá me surge una duda: ¿en qué lugar del mundo menos de 16 segundos de video permiten expresarse? Más allá de cortos y “memes” disponibles en la red, los sitios de videos en internet están llenos de “webshows” y “livecams”, en las que sus protagonistas muestran sus dotes en presentaciones online. Estos shows varían en extensión y nivel de producción, pudiendo ser una persona haciendo un monólogo en cámara hasta complejas ediciones que incorporan música y efectos especiales. Incluso algunos canales de TV aprovechan este afán por publicar y son verdaderos “mineros de YouTube”, de donde sacan imágenes grabadas por los usuarios para poner en sus noticieros.
Con las mejoras en la tecnología móvil, no cabe duda que los videos tienen muy buena calidad técnica… pero, ¿dónde está el filtro para el usuario? La tentación de publicar hace que la gente suba cualquier video que capturó con el celular, sin importar la privacidad de quienes son grabados o el contexto en el que son publicados, pudiendo incluso acarrear consecuencias negativas por actitudes momentáneas derivadas de situaciones puntuales. En nombre de la instanteneidad ¿vale la pena llevarse consigo los derechos de otros?
Javier Martínez Ortiz
Periodista
Jefe de Carrera Biblioteconomía y Documentación
Universidad Católica de la Santísima Concepción