Reflexionar sobre la ciudad, entendiéndola como el espacio que habitamos, es una tarea interesante y compleja. Las ciudades, inmersas en su llamativa y acelerada urbanidad, pueden entenderse como un libro abierto, lleno de constantes narrativas y contranarrativas. Estas narrativas son escritas y moldeadas por quienes habitamos sus espacios. Al observarlas, descubrimos que las ciudades están vestidas de simbolismos, de cuerpos materiales y de voces que habitan lo cotidiano.
Las ciudades fueron construidas en base a diversos contextos históricos, muchos de ellos olvidados. Cada ciudad, como es el caso de Concepción, se reviste de relaciones sociales, económicas, políticas y culturales, elementos que adquieren relevancia en la narratividad urbana de estos espacios. Este fenómeno se puede asociar con una frase del investigador Eric Van Young sobre la Historia Regional: es «como una hipótesis por demostrar». Aquí, lo estático se desmorona, dejando espacio al dinamismo como protagonista, es decir, convirtiendo la ciudad en una constante construcción de espacios, tanto tangibles como intangibles. Así, la ciudad es producto de adaptaciones y transformaciones realizadas por sus habitantes; es, en esencia, una deconstrucción urbana bajo nuestros propios pies.
Paralelamente, el proceso social en la ciudad se manifiesta como una organización del espacio y un desarrollo funcional vinculado a situaciones históricas. En este sentido, la organización del espacio social no es azarosa, sino que surge de la interacción de las diversas expresiones que lo conforman. Por ello, no podemos separar la ciudad de la sociedad en la historia urbana, ya que esta combinación nos invita a observar sus espacios vividos y a entender el tiempo de las colectividades que habitaron y habitan la urbe.
Las ciudades, por tanto, son productos culturales o, incluso, la realización humana más compleja y significativa que hemos recibido a lo largo del tiempo. En este contexto, resulta interesante analizar y valorar las aportaciones de la vida cotidiana, así como las relaciones sociales cargadas de diversas voces y acciones. Estas relaciones generan una producción de espacios, fruto de la interacción entre los sujetos, lo que otorga experiencia y memoria histórica a los lugares, incluso en procesos de constante modernización. Tal como manifestó Lewis Mumford: “La Historia construye la ciudad”.
Reflexionar sobre la ciudad, este espacio en constante liquidez y transformación, se convierte en un vector clave para abordar y problematizar las dinámicas urbanas. Así, las ciudades permanecen como un libro abierto. Sin embargo, cabe preguntarse: ¿hasta qué punto la ciudad es ese libro? ¿Existen otros escenarios aún por descubrir?