Pensar en la educación es reflexionar acerca de la responsabilidad que tienen el Estado, las instituciones públicas y privadas y la ciudadanía que estructuran y dan sentido a “nuestra” nación. Pensar en la educación no es analizar únicamente lo que se enseña en las escuelas, ni menos aún en discutir acerca del contenido del currículum escolar, como ocurre hoy cuando se busca reparar errores reintroduciendo la “educación cívica”. También se podría hacer lo mismo con los accidentes de tránsito, cambio climático y todo mal social que se crea necesario abordar “desde la base”. La educación es mucho más que aquello que hacen los docentes en el aula, cuyos resultados son de los mejores en la región, a pasar de la falta de reconocimiento social, de las malas condiciones laborales y las bajas remuneraciones. Si los docentes no logran los resultados “ciudadanos” deseados, es por defecto de aquello que no hacen autoridades y dirigentes del país, que no cumplen con sus obligaciones morales: de acciones imperfectas siguen resultados defectuosos. El currículum escolar viene desde “arriba” y los docentes ni siquiera son consultados, pero son ellos a quienes se responsabiliza de los males sociales y nunca a sus diseñadores, ni menos aún a los que dirigen el país.
Reducida sociológica y económicamente la educabilidad a un mero hecho social controlable políticamente (poder) y a un bien de consumo transable en el mercado de libertades individuales (negocio), en verdad es poco lo que pueden hacer los profesores si los principales agentes del Estado se dedican a sus propios intereses individuales abandonando el interés público.
Es perentorio volver a una educación auténtica, centrada en las potencialidades de la persona humana y orientada a su formación integral. Mientras la persona humana sea una realidad singular, finita y perfectible por la educación, su proceso formativo seguirá siendo la única posibilidad cierta que tiene para llegar a ser plenamente humana, libre y responsable de sí y de su entorno. La educación brota del ser y no es producto del desarrollo social, ni menos aún de un acuerdo o consenso político. Si bien la escuela es una institución social y el aprendizaje es un proceso social, sin embargo, la educación no se reduce a enseñanza, ni acontece únicamente en las escuelas. Todas las instituciones, directivos y funcionarios son responsables de la educación, los docentes sólo de la educación escolar.
Pensar la educación auténtica es volver sobre lo esencial del hombre, la naturaleza humana, sus cualidades, fortalecer su apertura al entorno natural y cultural y crear condiciones espirituales para su trascendencia pues la existencia no se reduce únicamente al bienestar material.