La instalación de dos nuevas subestaciones eléctricas en Ñuble para el 2030, no solo son una obra técnica: es un paso estratégico para la transformación energética de la Región. Estas infraestructuras, consideradas “necesarias y urgentes” por el Coordinador Eléctrico Nacional, buscan anticiparse al aumento en la demanda de energía residencial, pública e industrial que se proyecta hacia el futuro. Pero más allá de su impacto en la estabilidad del sistema y aumento de la confiabilidad de la entrega de energía eléctrica, estas subestaciones habilitan una discusión mayor: ¿está Ñuble preparado para dar el salto a la electromovilidad?
Desde el ámbito académico y técnico, observamos con claridad que sin una red eléctrica robusta, resiliente y confiable, pensar en electrificar el transporte terrestre, en el mejor de los casos, un buen deseo. El traspaso desde los combustibles fósiles a la electricidad no se materializa solo con voluntad política o innovación tecnológica: necesita certezas operativas. Requiere saber que la red eléctrica puede soportar nuevas cargas asociadas a electroterminales que entregaran la energía electrica a buses públicos y privados eléctricos y puntos de carga urbana y rural. Y hoy, eso no está garantizado.
Basta mirar la situación de Cobquecura, que ostenta los peores índices SAIDI del país, es decir, los mayores tiempos de interrupción del suministro. Hablar de electromovilidad sin resolver esa fragilidad estructural es, en cierta forma, eludir el problema de fondo. La nueva infraestructura no solo beneficiaría a zonas urbanas, sino también a áreas rurales muchas veces olvidadas en la planificación energética nacional. Su impacto, por tanto, no es solo técnico, sino profundamente social y productivo.
Impulsar la electromovilidad desde las regiones es necesario para avanzar hacia una transición energética realmente equitativa. Ñuble, por su condición agroindustrial y rural, enfrenta desafíos distintos a los de las grandes urbes, pero también posee oportunidades únicas. Descentralizar la electromovilidad implica pensar en conectividad, acceso y pertinencia territorial, asegurando que esta transformación no quede circunscrita a Santiago o a los polos industriales tradicionales, sino que también mejore la calidad de vida en regiones como la nuestra. Además de entregar un valor agregado sustentable a actividades claves: como el turismo de montaña o al enoturismo, características ineludibles de Ñuble.
En este contexto, el proyecto FIC-R “Plan de acción para la adopción de la electromovilidad en Ñuble”, que lideramos desde el Centro de Energía de la Universidad Católica de la Santísima Concepción (UCSC), busca precisamente identificar brechas y definir una hoja de ruta concreta para implementar esta tecnología en el territorio. No se trata solo de evaluar costos o vehículos, sino de entender cómo preparar al ecosistema regional, desde su capital humano hasta su infraestructura, para un cambio que ya está ocurriendo en otras regiones del país.
Las subestaciones propuestas no son la meta, pero sí un punto de partida imprescindible y necesario. Son señales que podrían motivar a las empresas distribuidoras a entregar mejores condiciones que permitan planificar la infraestructura de carga adecuada, y al sector público a pensar en un recambio más rápido para que la región de Ñuble tenga un transporte público que ayude a mejorar la calidad del aire. Si Ñuble aspira a subirse al tren de la electromovilidad, necesita antes construir las vías por donde ese tren pueda circular. La energía no puede llegar tarde a esta revolución y en la planificación está la clave.