Recientemente hemos tenido importantes acontecimientos como universidad y todos en contexto de pandemia: Hemos sido acreditados por cinco años como una universidad avanzada, el Instituto de Teología ha sido reconocido como Facultad de Estudios Teológicos y Filosofía, y ha sumido un nuevo Rector. Es un momento propicio para preguntarnos:
¿Qué aporta la Filosofía y la Teología a la Universidad?
El breve espacio de este blog me permite sólo destacar tres aspectos:
1.- La Filosofía y la Teología invitan a la razón y a las ciencias a no quedarse en la superficie de las cosas, a que no se pierdan en el sin número de parcialidades que pueden nublar el horizonte amplio y complejo de la realidad. Las invita a tener una mirada trascendente, global, integradora y apuntar a la excelencia que aporta una metodología abierta al diálogo entre la razón y la fe. La Filosofía y la Teología interpelan a mantener siempre a la vista las preguntas fundamentales del ser humano, el sentido de la vida y la integridad de las distintas dimensiones del ser humano. La Filosofía y la Teología hacen presente a la razón y las ciencias la grandeza de una razón abierta a la verdad toda, que no se agota en una metodología particular: “La fe y la razón son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad” (San Juan Pablo II, Encíclica Fides et Ratio).
2.- La pandemia nos ha mostrado la importancia de la vida personal y su cultivo, de la vida espiritual, que incluye también la salud mental y la vida interior. Ya tenemos experiencia y evidencia de que la salud no se puede entender en sentido restringido, sino más ampliamente. En este sentido, la Filosofía y la Teología complementan el trabajo de las ciencias y disciplinas particulares, otorgándoles una hondura y una finalidad que las jalona hacia la necesidad de una integración de todas las realidades y saberes, es decir, abierta a una cierta unidad de la verdad y del sentido de la vida en su fundamento último (una vida plena que, desde la sabiduría cristiana, se encuentra y es dada por Dios). De este modo, una universidad no sólo está llamada a producir y transmitir conocimiento en un horizonte práctico y utilitario, sino que propende hacia una integración de saberes que incluya la gratuidad y búsqueda de la sabiduría. ¡Qué importante es saber vivir! Saber qué hacer con el conocimiento, con la técnica y con la vida; su sentido ético, el compromiso con la dignidad humana, el cuidado de la casa común y de los unos a los otros. La persona es un ser relacional (con sí mismo, con el cosmos, con los demás y con Dios).
3.- La Filosofía y la Teología en nuestra universidad-católica nutren lo más propio de nuestra identidad, aportan al desarrollo de un espíritu crítico y son facilitadoras de la vivencia de nuestro sello identitario. Propician, mediante el diálogo y la interdisciplinariedad, una razón abierta al fundamento último y una fe pensada, que buscan forjar en las personas y en la cultura, los valores y principios antropológicos que, en libertad, responsabilidad y respeto, aportan a la construcción de una sociedad justa y fraterna, desde las enseñanzas de Jesucristo y su evangelio:“En el mundo de hoy, caracterizado por unos progresos tan rápidos en la ciencia y en la tecnología, las tareas de la Universidad Católica asumen una importancia y una urgencia cada vez mayores. De hecho, los descubrimientos científicos y tecnológicos, si por una parte conllevan un enorme crecimiento económico e industrial, por otra imponen ineludiblemente la necesaria correspondiente búsqueda del significado, con el fin de garantizar que los nuevos descubrimientos sean usados para el auténtico bien de cada persona y del conjunto de la sociedad humana. Si es responsabilidad de toda Universidad buscar este significado, la Universidad Católica está llamada de modo especial a responder a esta exigencia; su inspiración cristiana le permite incluir en su búsqueda, la dimensión moral, espiritual y religiosa, y valorar las conquistas de la ciencia y de la tecnología en la perspectiva total de la persona humana” (San Juan Pablo II, Constitución Apostólica Ex CordeEcclesiae, 7).