En junio se celebra el Día Internacional de la Mujer en Ingeniería. Si bien en el último tiempo se ha vuelto más común ver a mujeres asumiendo cargos de liderazgo en facultades de ingeniería en Chile, persiste una amplia brecha de participación femenina en este ámbito. De acuerdo con el último Informe de Brecha de Género en Educación Superior, publicado en marzo de este año, solo un 21% de las personas que se matriculan en carreras de ciencia, tecnología, ingeniería o matemáticas (STEM, por su sigla en inglés) son mujeres, en contraste con el 53% de participación femenina en la matrícula total del sistema de educación superior.
De manera similar, la más reciente Radiografía de Género del Ministerio de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación evidencia que, dentro del grupo de los 50 científicos y científicas con mayor productividad en Chile en el ámbito de Ingeniería y Tecnología, solo seis son mujeres. En los últimos 30 años, solo tres mujeres han recibido el Premio Nacional en Ciencias Exactas, y hasta la fecha ninguna ha sido reconocida en el ámbito de Ciencias Aplicadas y Tecnología. Esto no debería sorprendernos: si el número de mujeres que estudia carreras STEM es cinco veces menor al de hombres, naturalmente es más difícil que logren destacarse en este grupo. Y eso sin considerar los numerosos obstáculos que enfrentan en su desarrollo profesional, barreras que los hombres, en su mayoría, no enfrentamos.
Esto nos invita a reflexionar: ¿qué impide que más mujeres se atrevan a estudiar ingeniería? No existen razones objetivas que indiquen que los hombres se desempeñan mejor que las mujeres en este ámbito. Por el contrario, lo que observamos en nuestras aulas es que aquellas jóvenes que se atreven a estudiar ingeniería suelen tener un buen desempeño académico y logran graduarse en mayor proporción y en menos tiempo que sus compañeros varones.
Lo que sí está claro es que los roles de género, históricamente impuestos a niños y niñas, crean sesgos que impiden que muchas jóvenes opten por carreras ligadas a la ciencia aplicada y la tecnología. Incluso aquellas niñas con habilidades destacadas en matemáticas suelen inclinarse por carreras asociadas a las ciencias fundamentales o al ámbito de la administración y las finanzas. Si bien se han implementado programas de incentivo como Más Mujeres Científicas, con cupos especiales y becas, lo cierto es que aún resulta difícil para muchas jóvenes optar por una carrera en ingeniería.
¿Será acaso que las facultades de ingeniería hemos construido, de manera consciente o inconsciente, una imagen de espacio hostil para las mujeres, o al menos un territorio donde deberán esforzarse el doble para destacar?
Si ese es el caso, nuestros esfuerzos como académicos no deben centrarse únicamente en generar nuevo conocimiento e innovar para desarrollar tecnologías útiles para la sociedad y la industria. También debemos trabajar para que nuestros espacios de formación sean exigentes, sí, pero inclusivos; lugares donde nadie sienta que no pertenece por razones de género.
Más mujeres en nuestras escuelas de ingeniería significan más posibilidades de desarrollar conocimiento, innovar y transferir tecnología que los hombres, por sí solos, no seríamos capaces de generar. Tener más mujeres en ingeniería nos permitirá hacer mejor ingeniería y seguir contribuyendo, con mayor fuerza, al desarrollo del país.