La medicina avanza a pasos agigantados en relación a su desarrollo técnico (téchne), curando muchas enfermedades que antes eran intratables, dando esperanza y nuevas vidas a millones de personas cada día a través del mundo. Es deseable que el arte y ciencia médica avance más y más en este tipo de saber, pero no es el único elemento que forma parte de esta diada de conocimiento teórico y práctico.
El «cuidado al otro» (medeos) es muchas veces olvidado dado el tecnocentrismo que reina en nuestros tiempos de redes sociales y posverdad. Hemos hipertrofiado la técnica y minimizado lo espiritual en la práctica médica diaria y en la enseñanza de ésta a nuestros alumnos y alumnas de Medicina. Por lo tanto cabe preguntar si la espiritualidad, esa dimensión no técnica que encierra el cuidado del otro tiene alguna importancia o simplemente es descartable del «algoritmo» asistencial.
Una medicina puramente técnica es un panorama a mi parecer desolador, un sinsentido ya que quita todo significado trascendente a la práctica sanitaria. Sería una hacer deshumanizado ya que le importaría sólo el aspecto material de la persona, reduciendo a ésta a pura corporalidad, visión sesgada, mezquina de lo que realmente conforma y es un ser humano.
Lamentablemente el cientificismo nos ha limitado a esto o menos con su afán reduccionista, de atomizar las partes de tal manera de hacerlas entendibles, pero ha confundido su método, que es una ventana más de aproximación a la realidad (como muchos otros saberes), con cómo es realmente el mundo. Por lo tanto, ¿tiene la espiritualidad cabida en una medicina tecnificada? ¿Es necesario incluirla en nuestro arsenal terapéutico como agentes sanitarios? Pugna de muchos acápites y autores podríamos señalar, pero el «pragmatismo» como método nos podría dar luces de solución.
Pragmatismo, término acuñado por Pierce en 1878 viene del griego pragma que significa hecho, obra o acción. Juan Arnau, filósofo, astrofísico y ensayista español en su libro «La Invención de la Libertad» sintetiza genialmente al pragmatismo como «método para resolver disputas» «en función de su utilidad para la vida». Una vida sin espiritualidad es un desierto difícil de recorrer. No hay oasis donde recurrir y refrescarse, es un trayecto tortuoso a completar. La espiritualidad anima nuestras jornadas, le da un sentido trascendente, es «útil para la vida». Quitar esta dimensión al quehacer médico es empobrecer su dignidad, es amputar o reseccionar algo tan constituyente de la persona como un pulmón o un hígado que es el tener y vivir lo espiritual diariamente. No es por nada que uno de los derechos expuestos y que debemos cumplir en todos los establecimientos de salud según la ley 20.584 que regula los Derechos y Deberes de los Pacientes es: «Recibir visitas, compañía y asistencia espiritual».
El pragmatista ve en la espiritualidad al analizarla un efecto positivo en la persona tanto sana como enferma en su desarrollo vital, por lo tanto es deseable que forme parte, sea practicada y enseñada en la praxis médica diaria. Más que preguntarse y buscar soluciones «verbales», se aleja del «encantamiento de las palabras» y como Buda no se pregunta si la «saeta envenenada» fue lanzada por un brahmán o un guerrero o si las plumas eran de pavo real, halcón o buitre; se extrae rápidamente la flecha (porque es lo mejor para su vida) y sigue su derrotero.
Recuadro «Una medicina puramente técnica es un panorama a mi parecer desolador, un sinsentido ya que quita todo significado trascendente a la práctica sanitaria».