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Misa por el Papa Francisco: Homilía del Gran Canciller UCSC, Monseñor Sergio Pérez de Arce

Por Monseñor Sergio Pérez de Arce

Podríamos haber dicho muchas cosas sobre el Papa Francisco.

Estamos en Pascua: la resurrección del Señor ha triunfado sobre la muerte, y eso nos da esperanza. La resurrección nos convierte en testigos del Señor. «Vayan por todo el mundo», les dice Jesús a sus discípulos. Y creo que eso ha hecho el Papa, y es lo que tenemos que hacer todos los discípulos del Señor: anunciar la Buena Nueva, dar testimonio con nuestra vida, con nuestra palabra, con nuestra obra, de que el Señor vive y es Señor de nuestras vidas.

Fíjense que en el Evangelio, a los primeros discípulos que van a anunciar el mensaje, no les creen, sus mismos hermanos. Las mujeres, después los dos discípulos —los discípulos de Emaús, según el Evangelio de Marcos que hemos escuchado—, van a contar a los demás que han visto al Señor, que el Señor ha salido a su encuentro, y no les creen.

Y pese a que al Papa Francisco, por mucha gratitud que se le rinda este día, muchas veces no se le escuchó, porque su mensaje no siempre era, como se dice hoy, políticamente correcto; no siempre era del gusto de todos. Muchas veces nosotros mismos, los católicos, y también grupos de la sociedad, no lo escuchaban, no lo querían, porque era un mensaje agudo, un mensaje profético.

Pero como los primeros discípulos también —según escuchamos en la primera lectura— hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. Hay que dar testimonio apoyado en la verdad del Evangelio, sea popular o no sea popular. Y creo que el Papa tuvo eso siempre muy claro.

Hoy quiero recordar algunas frases del Papa Francisco. Son innumerables las palabras del Papa, pero elegí siete, porque es un número bíblico que indica totalidad.

La primera frase: «El mar Mediterráneo se ha convertido en un cementerio».

Lo dijo varias veces, aludiendo al tema de la migración y de los muertos que han fallecido en el Mediterráneo. La verdad es que el tema de la migración, para el Papa, fue un tema siempre muy presente en su palabra, llamando con el corazón, con urgencia, a no solo levantar muros frente a estas masas que cruzan el mar y los desiertos, sino a buscar otros caminos, caminos de acogida.

Él decía, por supuesto, que los migrantes no deberían morir en los mares o desiertos. También afirmaba que es un pecado grave cuando uno trabaja o se enfoca en repeler por todos los medios a las personas migrantes.

Evidentemente, es un problema serio la migración, pero el Papa decía que la solución a esta problemática no radica en la creación de más leyes restrictivas ni en la militarización de las fronteras, sino que lo lograremos ampliando vías seguras y regulares para los migrantes, facilitando el refugio para quienes huyen de tierras de violencia, de persecución, de diversos desastres. Lo lograremos promoviendo por todos los medios una gobernanza global de la migración. ¿Uno puede decir que el Papa era un idealista? No, nos planteaba una palabra que pone en primer lugar al ser humano, y nos plantea un desafío, sin duda.

La segunda frase«Todo se pierde con la guerra, todo se gana con la paz».

Esta frase la hemos escuchado muchas veces. El Papa decía que toda guerra deja al mundo peor de como lo había encontrado, que la guerra es un fracaso de la política y de la humanidad. Y tantas veces decía: «¡Basta ya!»

La guerra es un desastre, es una derrota de la humanidad.
Y afirmaba también que estamos viviendo una tercera guerra mundial «a trozos», a pedazos, y bastante global, por lo demás. Por muchos lados hay guerra.

La tercera frase: «Ser privado de la libertad no es lo mismo que ser privado de la dignidad».

No es lo mismo. La dignidad no se toca. Se cuida, se custodia, se acaricia.
Nadie puede ser privado de la dignidad. Ustedes están privados de libertad, les decía a las internas cuando vino a Chile, pero no están privadas de dignidad.

Es importante mirar a todas las personas, aunque hayan cometido errores o delitos en su vida: son personas que tienen una dignidad. Y el Papa puso —como la Iglesia siempre lo ha hecho— en el centro de su doctrina la dignidad del ser humano, de todo ser humano, desde el vientre de su madre hasta el último momento de su vida. Eso es lo que siempre nos debe mover.

La cuarta frase: «Nadie se salva solo; únicamente es posible salvarse juntos».
Lo dijo sobre todo en el tiempo de la pandemia. Y allí, en la Plaza de San Pedro, cuando oró solo, decía que «en esta barca estamos todos».

El Papa fue un gran impulsor de la fraternidad humana. Soñaba con una verdadera fraternidad humana que no excluyera a nadie. La bonita encíclica Fratelli tutti es un tesoro que tenemos que acoger.

Y en esta línea decía otra frase importante que siempre debemos recordar:
«El individualismo no nos hace más libres, más iguales ni más hermanos. La mera suma de intereses individuales no es capaz de generar un mundo mejor para toda la humanidad.» Si cada uno anda preocupado solo de sus propios intereses, la humanidad no mejora.

La quinta frase: «Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades».

La Iglesia tiene que salir. No debe encerrarse ni vivir en la comodidad del refugio seguro. Debe ir a las periferias.

Y aquí sumo también una frase muy bonita que dijo en Lisboa, en la Jornada Mundial de la Juventud: «En la Iglesia hay espacio para todos.» Decía el Papa: «Somos comunidad de hermanos y hermanas de Jesús, hijos e hijas del mismo Padre. Amigos, quisiera ser claro con ustedes, que son alérgicos a la falsedad y a las palabras vacías: en la Iglesia hay espacio para todos. Ninguno sobra, ninguno está de más.»

Ojalá que pudiéramos vivir siempre este espíritu, para que cada uno que está en la Iglesia se sienta hermano de todos.

La sexta frase, del Evangelii gaudium«La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría».

En el centro de nuestra fe está el encuentro con Cristo. Y el encuentro con Cristo es un encuentro de alegría, que nos llena el corazón y nos hace testigos.

El Papa invitaba a renovar el encuentro personal con Jesucristo. Decía en la misma exhortación: «Invito a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo, o al menos a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él».

Ojalá siempre busquemos el encuentro con el Señor y nos dejemos encontrar por Él, porque allí está la fuente de nuestra alegría y de nuestro testimonio.

La séptima frase, también del Evangelii gaudium, es un párrafo que a mí me llena de esperanza, y siempre lo he atesorado como una gran luz. El Papa insistía mucho en alentar nuestra esperanza, en que no nos desalentáramos en la vida ni en la misión.

A propósito del Tiempo de Pascua, decía: «La resurrección de Cristo provoca por todas partes gérmenes de ese mundo nuevo, y aunque se los corte, vuelven a surgir, porque la resurrección del Señor ya ha penetrado la trama oculta de esta historia, porque Jesús no ha resucitado en vano».

Cristo resucitado nos acompaña, es la fuente de nuestra esperanza. Y añadía:
«Tenemos que tener la certeza de que nuestra entrega por amor no se pierde. Si creemos de verdad que el Señor está con nosotros y nos acompaña, todo bien que hagamos, aunque a veces nos parezca que se pierde, no se pierde».

Y concluía bellamente: «No se pierde nada de lo que hacemos con amor. No se pierde ninguna preocupación sincera por los demás, ningún acto de amor a Dios, ningún cansancio generoso, ninguna dolorosa paciencia. Todo eso circula por el mundo como una fuerza de vida».

Con esta esperanza, vivamos nuestra vida y nuestra misión como discípulos del Señor.

Hoy, al Papa Francisco, le decimos —como a él le gustaba pedirnos—: «Oren por mí».
Ahora le decimos: Papa Francisco, ora por nosotros, ora por tu Iglesia, tu comunidad; ora también por esta Iglesia de Concepción, que tú sin duda también amaste como pastor, y ora por esta humanidad, para que venza el odio, la injusticia, las agresiones, y camine por el sendero del Evangelio del Señor.

A Cristo damos todo honor y toda gloria, por los siglos de los siglos.
Amén.