Relevante lugar común es señalar que “no debemos perder el norte de nuestras vidas”, como una forma metafórica de indicar que el camino que transitamos desarrollando nuestro proyecto de vida, debe conservar su meta clara y distinta, so pena de desviar el punto de impacto final.
Pues bien, resulta que no es tan simple la cosa.
Primeramente, no me parece del todo claro que sólo la meta clara y distinta tenga valor, tanto para nosotros como para nuestros semejantes a quienes – querámoslo o no- siempre vamos involucrando en nuestras vidas, y recíprocamente. De hecho, muchas veces la experiencia personal y el registro histórico demuestran que el verdadero proyecto de vida es el propio camino, y el valor del viaje está en el viaje mismo, y no sólo en el destino final.
Seguidamente, desviar el punto de impacto final puede ser relevante o no, pero ciertamente debe existir claridad a lo menos meridiana respecto de cuál es el área de impacto final, ya que ése es el verdadero “norte”. Y si tomamos en sentido literal e histórico el concepto, veremos que los antiguos – y muchos actuales- navegantes, efectivamente utilizaban como referencia para dirigir sus embarcaciones, los puntos cardinales, norte incluido. Pero adicionalmente, requerían determinar su posición relativa respecto del marco de coordenadas geográficas, para lo cual hacían uso de otros referentes de navegación, verbigracia estrella polar, constelaciones, sol, luna, accidentes geográficos si se transitaba próximo a ellos. Hoy en día, en fin, alguien podría señalar que con un GPS basta (y sus seis o siete satélites respectivos). Sin duda es una realidad, pero una realidad que no invalida ninguno de los viejos y tradicionales métodos de navegación.
Es decir, cuando navegamos por la vida, debemos tener un rumbo identificable que dé algún sentido a nuestra existencia. Y además, un conjunto de referentes o reglas para que dicha navegación verdaderamente nos guíe al destino final, o al menos, nos permita crecer y gozar de ese viaje que puede así per se constituir un destino, un proyecto de vida.
¿A qué título vienen todas estas disquisiciones?
Simple. Veo, como probablemente muchos de ustedes, con preocupación que las personas y el mundo en su conjunto, parecen transitar sin rumbo claro ni carta de navegación apropiada. Y en dicho escenario, es más que lícito preguntarse cómo y por qué hemos arribado a tal estado de cosas. Ni siquiera mencionaré la violencia irracional, la brutalidad, la pobreza que nos golpea, la inequidad que la provoca ni todas lacras evidentes de nuestro mundo. Tampoco, que un esfuerzo racional y de voluntad política, más que de recursos, permitiría solucionar casi todos aquellos problemas. No.
Dicho esto, deseo señalar que me parece que está bastante claro que todas las situaciones aludidas pasan por la determinación y acción de personas, con nombre y apellidos, como usted o como yo. Y si dichas personas, no tenemos un “norte” claro y distinto, pero sobre todo si no tenemos referentes de navegación, sin duda vamos a errar el destino o el camino, vamos a naufragar.
Entonces, sí voy a mencionar que lo que veo en el mundo, y que constituye resultado de acciones y omisiones de los navegantes de él, es aborto, eutanasia, manipulación genética y moral relativizadora según mis gustos o mi contingencia. Veo países que aprueban con soltura legislación que atenta contra la vida y el sentido común, que por destacar el respeto de ciertas minorías, se pierde el respeto a las mayorías restantes. Pero sobre todo, que esta crisis de valores va en escalada, sin atisbo de que los influyentes, los poderosos, los ‘decision makers’, intenten o siquiera deseen poner fin.
Las personas merecemos respeto por nuestra sola calidad de tales, incluso con independencia de la Fe. Por consiguiente, cuánto más importante dicho respeto a la vida, a la salud, al ser humano, para quienes declaramos nuestra Fe, para quienes tenemos claridad “más que meridiana” que nuestro destino final es trascender en Dios, que nuestra Fe es importante porque no sólo nos hace “creer”, sino también actuar en consecuencia, y de manera racional, con sentido común de no perjudicar a nuestro prójimo. Después de todo, Fe, es creer con el asentimiento de la Razón.
Pero hay más. También los creyentes sabemos que existe una carta de navegación, que hay referentes para nuestra conducta y opinión durante el viaje. Y por eso, ya que tal vez el destino final también dependerá de la calidad del viaje, no es lícito para un creyente en Dios callar temerosamente ante hechos violentos, como los mencionados, que día a día ocurren en nuestras narices.
Cristo nos enseñó que es el Camino, la Verdad y la Vida. Si queremos emular su ejemplo, no podemos tomar una actitud “neutra” y silente ante la violencia del mundo.
Y tú, ¿qué harás al respecto?…
Dr. Claudio Lermanda Soto
Decano Facultad de Medicina
Universidad Católica de la Santísima Concepción