Estamos ante la esperada encíclica del Papa Francisco y volvemos a encontrarnos con un Papa que sorprende: es la primera Encíclica escrita en castellano, y con un título italiano que le presta aquel cuyo nombre incorporó a la historia de los sucesores de san Pedro: FRANCISCO. El “Canto de las criaturas” del Poverello de Asís comienza con las dos palabras con las que el Papa Francisco comienza esta Encíclica: «Laudato sí, mí Signore» = Alabado seas, mi Señor»., o más literalmente: Loado seas, mi Señor.
Y sigue el estilo directo del Papa argentino lanzándonos preguntas que se cuelan desde el primer momento en nuestras almas: «Qué tipo de mundo queremos dejar a quienes nos sucedan, a los niños que están creciendo?». El tema central es el cuidado de la casa: familia, tierra…, y siguiendo en la manera bien concreta de hablar del Papa Francisco nos acerca a quienes merecen el mayor de respeto de la tierra: los niños
El Papa nos advierte muy pronto que estamos «maltratando» y «saqueando» esta Tierra y nos envuelve entre los gritos de quienes más sufren las consecuencias: los «abandonados del mundo». Y con una expresión de Juan Pablo II -la «conversión ecológica» – invita a individuos, familias, colectivos locales, nacionales y comunidad internacional a escuchar esos gritos,
Francisco nos pide «cambiar de ruta» y nos embarca en el estilo positivo tan suyo a la «hermosura del desafío» por el «cuidado de la casa común»; advierte como positivo que ha crecido «una sincera y dolorosa preocupación por lo que está ocurriendo en nuestro planeta».
Y es la esperanza uno de los aspectos centrales del texto papal: lo dice al indicarnos en el punto 13 que la humanidad “tiene aún la capacidad de colaborar para construir la casa común” o cuando agrega en el p. 58 que el ser humano es “capaz de intervenir positivamente”, ya que “no todo está perdido, pues los seres humanos capaces de degradarse hasta el extremo, pueden también superarse, volver a elegir el bien y regenerarse, como afirmará en el punto 205.
La Encíclica tiene como destinatarios primeros a los fieles católicos, pero siguiendo una praxis empleada ya por san Juan XXIII incluye a todo hombre de buena voluntad, porque quiere “especialmente entrar en diálogo con todos sobre nuestra casa común. Por eso, es el diálogo una de las ideas vertebradoras de todo el documento, y de manera especial en el capítulo 5 en que hablará de él como del instrumento para afrontar y resolver problemas.
El papa Francisco se dirige, a los fieles católicos, pero se propone “especialmente entrar en diálogo con todos sobre nuestra casa común”. El diálogo aparece en todo el texto, y en el capítulo 5 se vuelve instrumento para afrontar y resolver los problemas. Y particularizando a los destinatarios, el obispo de Roma recuerda que también “otras Iglesias y comunidades cristianas –como también otras religiones– han desarrollado una profunda preocupación y una valiosa reflexión” sobre la ecología.
Y en la línea del agradecimiento cita la contribución del “querido Patriarca ecuménico Bartolomé”, a quien se refiere en los números 8 y 9. Agradece también el esfuerzo de tantos científicos, filósofos, teólogos y organizaciones sociales que han enriquecido el pensamiento de la Iglesia sobre estas cuestiones.
En el número 15 nos da el contenido de la encíclica, que desarrolla en seis capítulos. Escucha la situación de la tierra, a partir de los mejores conocimientos científicos de que disponemos hoy, para recurrir a la luz de la Biblia y de la Tradición judeo-cristiana en el capítulo 2. Y en dos polos encuadra las raíces del problema: la tecnocracia y el excesivo repliegue autorreferencial del ser humano.
Y es en el capítulo 4 donde coloca la propuesta de la encíclica: la de “una ecología integral, que incorpore claramente las dimensiones humanas y sociales”, inseparablemente vinculadas con la situación ambiental.
Veíamos que en el capítulo 5 recurre a un diálogo honesto a todos los niveles, que facilite procesos de decisiones transparentes; recordará en la última sección que ningún proyecto podrá ser eficaz si no está animado por una conciencia formada y responsable y para ello sugiere principios para crecer en esa dirección a nivel educativo, espiritual, eclesial, político y teológico.
El texto termina con dos oraciones: una que se ofrece para ser compartida por todos los que creen en “un Dios creador omnipotente” y que ocupa el número 246, y la otra propuesta a quienes creen en Jesucristo y que es rimada con el estribillo “Laudato sí”, que abre y cierra la encíclica.
Hay unos ejes temáticos que dan coherencia al documento: la íntima relación entre los pobres y la fragilidad del planeta, la convicción de que en el mundo todo está conectado –quienes tenemos fe, sabemos que el azar o la casualidad se inclinan ante un Dios que “cría”-, la crítica que se hace a las nuevas formas de poder derivadas de la tecnología, la invitación a buscar otros modos de entender la economía y el progreso, el valor de cada criatura, el sentido humano de la ecología, la necesidad de debates sinceros y honestos, la grave responsabilidad de la política local e internacional, la cultura del descarte y la propuesta de un nuevo estilo de vida
La “Laudato, si” tiene el tamaño habitual en documentos de esta clase: 245 puntos que se extienden por 186 páginas y que el Papa Francisco firmó en la Solemnidad de Pentecostés del año 2015, tercero de su Pontificado.