La exposición a pantallas y redes sociales en niños y niñas genera una creciente preocupación por su impacto en el desarrollo socioemocional. Algunos países han tomado medidas al respecto como restringir el uso de celulares en las aulas, pese a que estas restricciones no son suficientes para abordar el problema de raíz.
Los estudios muestran que los niños entre 8 y 12 años pasan cerca de 8 horas al día viendo videos en plataformas como YouTube, dedicando gran parte de su tiempo a consumir este tipo de contenido. Mientras que en adolescentes, la dependencia es aún más evidente. De acuerdo al estudio Radiografía Digital 2024, un 97% de los jóvenes entre 13 y 17 años en Chile poseen un celular, y muchos incluso tienen más de uno, lo que refleja una dependencia preocupante hacia los dispositivos electrónicos.
El riesgo va aumentando con la edad. Mientras más pequeños son los niños, mayor es la posibilidad de desarrollar una adicción a las pantallas. En muchas familias, los dispositivos se han convertido en herramientas para mantener a los niños tranquilos, ya sea a través de tablets, celulares o acceso a series y juegos, fomentando un vínculo constante y nocivo con las pantallas.
Aunque las restricciones en países como Australia buscan limitar este acceso, la realidad es que muchos jóvenes logran sortear estas normas fingiendo edades falsas, incluso frente a sanciones severas. Pese a que muchas redes sociales establecen como requisito que los usuarios tengan al menos 13 años para abrir una cuenta, esta restricción evidencia que la prohibición, aunque útil en ciertos casos, no aborda la raíz del problema.
Por lo que prohibir el acceso, de hecho puede tener efectos contraproducentes. Genera curiosidad en los niños, quienes buscan maneras de acceder de forma clandestina. En este contexto, la educación y la supervisión familiar se vuelven claves. A pesar de ello, los padres, muchas veces abrumados por el trabajo y otras responsabilidades, no siempre están al tanto de las actividades de sus hijos, quienes suelen pasar largas horas frente a pantallas en la privacidad de sus habitaciones.
La tendencia actual sugiere que educar es más efectivo que prohibir. En Francia, por ejemplo, se apuesta por una mejor formación en el uso de tecnologías, tomando como referencia las iniciativas australianas. Esta estrategia responde a investigaciones que demuestran que el abuso de redes sociales está vinculado a problemas como ansiedad, depresión y aislamiento social.
En redes sociales, los niños buscan protagonismo y validación a través de seguidores, lo que los lleva a crear contenidos cada vez más llamativos, provocando una dependencia de la aprobación externa que fomenta un distanciamiento de la realidad.
La verdadera solución no radica en la prohibición, sino en la educación debería ser el camino y que comienza en los núcleos más pequeños de nuestra sociedad: las familias. Si no educamos a nuestros niños en el entorno familiar, será muy difícil que desarrollen un comportamiento distinto en otros entornos.
Por lo que fortalecer la educación en el núcleo familiar es importante para ayudar a los niños a disminuir su tiempo en el mundo virtual y a reconectar con la realidad que los rodea. Solo a través de esta vía podremos protegerlos de los riesgos que implican las redes sociales y brindarles la oportunidad de crecer de manera más equilibrada y saludable.