Señor ¿a quién iremos? – UCSC
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Señor ¿a quién iremos?

Por Soledad Aravena Aravena, académica Instituto de Teología UCSC
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Jesús dijo entonces a los doce ¿También ustedes quieren marcharse? Le respondió Simón Pedro: Señor ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios (Jn 6, 67-69).

En momentos de crisis, donde parece que ya en nadie podemos confiar, es necesario recordar las palabras de Pedro, quién ha sido llamado por Cristo roca de la Iglesia, no por su perfección y falta de pecado, pues Pedro es el primero en negar a su Maestro y arrancar a penas se vio amenazado, sino por la fe de Pedro. Fe que está sustentada en la persona de Jesús. Pedro le cree a Jesús y cree en Jesús, porque él es el camino, la verdad, y la vida (Jn 14,6), pero también, porque ha compartido largos tres años a su lado y sabe quién es Jesús.

El núcleo de la fe cristiana es la persona Jesús de Nazareth, el mismo que vivió, murió y resucitó. Toda nuestra fe está sustentada en lo que Jesús dijo e hizo y nosotros, 20 siglos después, lo hemos recibido a través de una cadena sucesiva de testigos, como nos recuerda el Papa Francisco, que hemos llamado “Iglesia”. Somos herederos de los testigos de los testigos y así como herederos de este primordial testimonio, debemos ser también testigos de este acontecimiento que no solo ha marcado la historia, sino también nuestra propia historia. Por Cristo, Señor Nuestro, hemos conocido al Dios de la misericordia, al Dios vivo, al Dios del encuentro que nos ha llamado hijos del amor. Y ese amor inconmensurable es el que transmitimos con tanto fervor al mundo.

Pero ¿qué pasa cuando estos testigos se desacreditan frente al mundo? Y aquí se me viene inmediatamente a la cabeza las palabras de Nietzsche: “Para que yo aprendiese a creer en su redentor tendrían que cantarme mejores canciones; y sus discípulos tendrían que parecerme más redimidos” (Así habló Zaratustra). Lo que se traduce en: para que otros crean es necesario que hagamos carne el testimonio que hemos recibido y transmitirlo con nuestra vida, en lo que somos y hacemos, porque más que las palabras, lo que queda es el encuentro. Por eso la fe cristiana es un encuentro, una experiencia de vida radical que testimonia el amor y la vida que es Dios mismo. Si ese encuentro con el “concepto Jesús, con la idea Jesús”, no lo obtenemos de alguien acreditado, es decir, que tiene crédito moral, intelectual, actitudinal, etc. el mensaje se desvanece, porque no nos hemos encontrado realmente con una persona que hace carne y vida el mensaje que transmite. De esta manera, el evangelio es solo una idea o una doctrina moral, pero no una persona. El que comunica a Jesús debe poder decir junto a Pablo: “ya no soy yo quien vive, sino Cristo quién vive en mí” (Gal 2, 20).

Por esto, invito a que recordemos quiénes han sido esos testigos que nos confiaron la perla preciosa, a todos los que estamos llamados en esta Iglesia. Lo más probable es que esos testigos han sido nuestros padres, nuestros abuelos, una maestra, un amigo, una novia o novio, una pequeña comunidad, una tía, un tío, un hermano. El encuentro con Jesús comienza con un encuentro vital, la fe parte con un rostro concreto y, seguramente, ese rostro concreto es quién sigue teniendo toda nuestra credibilidad, porque por él hemos llegado al Señor de la vida, quien todo lo puede. Ellos nos ayudaron a poder decir junto con Pedro: Señor tú eres el hijo del Dios Bendito, como aparece en Mt 16, 13-17; “Jesús pregunta ¿quién dicen los hombres que soy yo? Los discípulos le respondieron: Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas. Jesús les preguntó ¿pero uds quién dicen que soy yo? y Pedro responde: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios Bendito. Y Jesús contesta: Bienaventurado eres Pedro, porque no te ha revelado esto ni la carne ni la sangre sino mi Padre que está en el cielo”. Esos rostros nos ayudaron a encontrarnos con Jesús, sin embargo, no debemos olvidar que la fe es gracia, don gratuito dado por el Padre. Nuestra fe es don, regalo de Dios que ha abierto y dispuesto nuestro corazón, nuestra razón y nuestros afectos, toda nuestra integridad para recibir libremente al Señor de la vida y poder decirle libremente y amorosamente: TE CREO.

Es cierto que los testigos han fallado en el pasado, en el presente y también fallarán en el futuro, así denunciaban constantemente los profetas los pecados del pueblo de Israel, pero con el salmista podemos gritar fuerte: ¡Levántate oh Dios y ven a defender tu causa! (Sal 73, 22b) La fe en el Padre, que él mismo nos transmite y enseña a través de los rostros de nuestros hermanos y de toda la creación, nos hace pedirle y apurarlo a seguir manteniendo esta Iglesia viva de fe, caridad y esperanza, caminando con Cristo que siempre tiene palabras de vida eterna.