“Señor, tú sabes que te amo” (Jn 21, 15-17), es la triple respuesta de Pedro a Jesús resucitado que le ha preguntado: “¿Pedro, me amas?”. Las últimas palabras del recién fallecido Papa Emérito Benedicto XVI evocan la confesión de amor de Pedro, que tras haber negado tres veces a Jesús durante su Pasión, ahora con profunda contrición le confiesa su amor. Y Jesús le confirma en su función de apacentar su rebaño, la Iglesia. Se trata, por tanto, no sólo de un sentimiento creyente de amor a Jesús, sino además de una confesión propia del ministerio petrino, la confesión propia del ministerio del Papa.
Confesar el amor a Jesús como Señor (Dios y Redentor nuestro) no es una simple expresión de un sentimiento humano; es ante todo la acción propia y primera del Espíritu Santo. Dicho en otras palabras, es la acción diametralmente opuesta a la del pecado, que denuesta, es decir, injuria, pisotea el nombre de Jesús. Recordemos la Audiencia General de Paulo VI, el 15 de noviembre de 1972: “El mal no es sólo una deficiencia, sino una eficiencia, un ser vivo, espiritual, pervertido y perversor. Terrible realidad. Misteriosa y pavorosa…Podemos suponer -continúa Paulo VI- su acción siniestra allí… donde el nombre de Cristo es impugnado con odio consciente y rebelde…”. Por eso, el primer mandamiento es “Amar a Dios sobre todas las cosas”, y el segundo mandamiento es semejante al primero: “Amar al prójimo como a uno mismo”. Y el mandato de Jesús es “amaos los unos a los otros como yo os he amado”. El amor de Dios (el que procede de Él) es el que libra del Mal.
Al pronunciar éstas sus últimas palabras, Benedicto XVI ha rubricado su legado espiritual: “Manteneos firmes en la fe”. Otra expresión del Papa Emérito que remite a 1Pe 5,8: “Sed sobrios y velad. Vuestro adversario, el Diablo, ronda como león rugiente, buscando a quien devorar”. La victoria del Diablo, Príncipe (usurpador) de este mundo, es llenarnos de su odio contra Jesús y su Reino de amor y justicia, de vida y de paz. Este mundo es el mundo de Dios el que Él creó y ha venido a reinar desde la “pro-existencia”, poniendo la “existencia-a-favor-del-prójimo”.
Creer en Jesús y amarlo no es separable. Y amar a Jesús es buscar agradarle en todo. Los que se aman, los amigos (como nos llama Jesús en Jn 15,15), buscan agradarse. Jesús hace las obras del Padre, porque le ama. Igual han de hacer sus discípulos: “Si me amáis, guardaréis mi Palabra; si me amáis, guardaréis mis mandamientos”, dice Jesús. ¿Y cuál es el mandato de Jesús? Dice Jesús: “Como el Padre me amó, así os he amado, permaneced en mi amor” (Jn 15,9). Benedicto XVI nos da este último testimonio, pues la fe no se prueba, se testimonia, especialmente en el momento de la muerte: confiesa su amor a Jesús hasta su último aliento.
Es la dinámica bautismal que nos transforma a lo largo de nuestra vida en creaturas nuevas. Jesús cuenta con nuestras traiciones (como las tres de Pedro antes de que cantara el gallo), pero nos llama a renovar nuestro amor a Él. Amar a Jesús, amar a Dios, confesar amando el Nombre de Jesús nos une a él y eso nos aparta del Mal. “Líbranos del Mal”, pedimos en el Padre Nuestro, eso hace Jesús para nosotros.
“¡Señor!”, dijo Benedicto XVI, “te amo”. Nos recuerda finalmente la enseñanza de san Pablo en 1Cor 12,3: “Por eso os hago saber que nadie, hablando con el Espíritu de Dios, puede decir ¡Anatema es Jesús!; y nadie puede decir: “¡Jesús es Señor!”, sino con el Espíritu Santo”.
Sin duda, Benedicto XVI ha dejado su último testimonio de fe y nos llama a prepararnos para hacer nosotros lo mismo. Aquél que escribió la Encíclica “Dios es Amor”, ha ratificado con su últimas palabras la fe de sus padres, la fe del Bautismo, la fe de la Iglesia.