Las emociones han sido la tónica de estas últimas semanas. Emociones como la esperanza, tranquilidad y apertura, son las menos frecuentes y la elección de un grupo minoritario de personas, en relación al miedo, la angustia y la ansiedad.
Desde pequeña, aprendí que las emociones había que controlarlas, recordando con mucha claridad como a la edad de 7 años, estoica y serena viajaba sola en bus, de una región a otra, acompañada sólo de una muñeca. Tenía mucho miedo, pero literalmente no pensaba en ello, pues hacerlo implicaba quebrame y escuchaba a lo lejos, como susurraban y se referían a mi persona como “una niña valiente e intensa”, sin pensar que esa acción probablemente marcaría mi carácter, pues guardar, reprimir o controlar emociones tiene un costo y ese costo, “se paga en cuotas”.
Susan David, psicóloga de la Universidad de Harward, acuñó dos conceptos. A uno de ellos, le llamó “embotellar las emociones”, algo así como “guardarlas en un frasco” y dejarlas allí, “aprisionadas”. Es como rechazarlas y esconderlas, pero sabiendo que están allí.
Muchos de nosotros hemos aprendido a “embotellar emociones”, ya sea “porque no debemos tenerlas, porque son negativas o porque me hacen sentir incómodo”. El problema es que esas “emociones embotelladas” nos dejan con altos niveles de ansiedad qué, ante situaciones excepcionales como esta crisis sanitaria, nos ocupan recursos cognitivos que nos dejan sin herramientas para enfrentar dificultades, afectando nuestro bienestar psicológico.
El otro concepto que señala la autora es el de “incubar emociones”, haciendo mención a que podemos llegar a “nadar en ellas”, tratándolas como el centro “de todo lo que nos sucede”. Esto igualmente nos afecta de sobremanera, pues nos “inundamos” de ansiedad y eventualmente de depresión.
Ambos mecanismos son perjudiciales, si los usamos de manera sistemática y estándar. Así, la ansiedad, el miedo y angustia que nos provoca la actual situación de confinamiento en nuestros hogares, debemos primero aceptarlo, ser compasivos con nosotros mismos y aprender que hay detrás de esas emociones. En ocasiones nos sentimos culpables, pero ¿quién le puede culpar por sentirse estresado, cansado o ansioso? Cada uno vive este momento de manera distinta, y cada persona tiene su propia realidad, por lo que no podemos racionalizar la emoción, en base al patrón de otro. No todas las emociones se “pueden arreglar o suprimir” y más bien, deben “vivirse”, para poder ser superadas.
¿Cómo hacerlo?, no hay recetas, pero debemos tener claro que somos responsables de nuestras acciones, errores y aciertos. Debemos exteriorizar nuestras emociones, para luego dar un paso atrás y mirarlas con perspectiva. Puede escriturarlas, etiquetarlas y reconocerlas, siendo realista y aceptando que pueden doler, angustiar o estresar. Luego, debemos dar un paso hacia adelante y hacer preguntas ¿qué es lo peor que puede pasar? ¿por qué me siento así? ¿qué me pasa? ¿qué esperaba?, para finalmente avanzar, pues las emociones son “avisos de lo que nos importa” y nos guían para actuar, de acuerdo a nuestros valores y experiencias previas. Hacer emerger estas razones que están a la base de nuestra manera de ser, nos permite tener un mejor conocimiento y comprensión de nosotros mismos y motivarnos eventualmente a hacer cambios, que nos otorguen nuevos recursos personales para enfrentar dificultades.